Después de mucho tiempo de gritar a la nada pidiendo por ayuda a consecuencia de los traumas que le dejaron años de abusos físicos y sexuales presuntamente por su hermano, finalmente, el cuerpo de Anahí Iglesias Zúñiga fue encontrado sin vida en su habitación en Sonaguera, Colón,
La joven madre de gemelos, era una enfermera que vivió con un peso que ninguna hija debería cargar, el abuso sexual a manos de su hermano y la indiferencia de sus propios padres.
Tenía apenas 23 años y desde los 8, según sus propias palabras, fue abusada física, psicológica y sexualmente por su hermano mayor.
Tristemente, durante más de una década, su niñez y adolescencia quedaron marcadas por el horror, la culpa, el silencio y la negación de quienes debieron protegerla.
“Hasta mis 21 años lo denuncié y hasta hace tres días fue capturado”, escribió Anahí en uno de sus últimos videos que aún circula en la red social de TikTok.
El clip lo hizo con el alma rota, pero con valentía. Sin embargo, a pesar de la denuncia pública y del sufrimiento evidente, ni su madre ni su padre le creyeron. Al contrario, según relatan amigos cercanos, vivía bajo el mismo techo que sus progenitores, de los que simplemente obtenía indiferencia que dolía más que el crimen.
Entre los comentarios que llaman la atención se encuentran… “Ella vivía con sus papás y con el abusador, y ni aún así le creyeron. Su mamá lo sabía todo y no hizo nada”, comentó una persona cercana a la joven, tras asistir a su velorio.
“La trataban como si fuera la culpable, y ahora que está muerta, ni lloran. Se reían como si nada, como si su hija no se hubiera quitado la vida por culpa de ellos.” Comentó otra joven indignada.
Una voz opacada en el silencio
Anahí se refugió en las redes sociales para hablar, para pedir ayuda, para dejar una constancia de lo que vivía.
“Este es mi testimonio. Lo hago público porque no quiero que nadie más pase lo que yo viví”, decía en uno de sus videos. Pero su voz nunca fue suficiente para sacudir el muro de indiferencia de quienes debían amarla.
Sus hijos eran producto del incesto
Fue madre muy joven, producto del mismo abuso y según fuentes cercanas, sus hijos nacieron con complicaciones de salud dado al incesto.
A pesar de todo, luchaba cada día, como madre, como mujer, como víctima que buscaba justicia. Pero el abandono emocional, la impunidad y el dolor crónico terminaron por desgastarla.
Su muerte, presuntamente por intoxicación, no fue repentina. Fue el desenlace de años de silencio obligado, de una justicia tardía, y de una familia que prefirió proteger al abusador que abrazar a la hija herida.
“Ella no murió por una intoxicación. Murió por la indiferencia, por la revictimización, por la soledad en su propia casa”, afirmó una amiga entre lágrimas.
En su cuarto, el cuerpo ya en estado de descomposición hablaba por sí solo, llevaba horas, quizá un día entero, sin que nadie la buscara, sin que nadie preguntara por ella. Porque para ellos, quizá, ya estaba muerta desde que se atrevió a contar la verdad.
Hoy, su historia duele, debe doler, porque Anahí representa a muchas niñas que son silenciadas por sus propias familias, a muchas jóvenes que gritan y nadie escucha.