Científicos sociales creen que nos cuesta tanto hablar con desconocidos porque nos enseñan desde niños que todos los extraños son potencialmente peligrosos
Y es que es difícil conectar a un nivel tan extremo con un desconocido, ¿quizá por ello no hablemos con los extraños? Como si de un tabú se tratase, cuando un desconocido en la parada del autobús o un supermercado comienza a hablar con nosotros, nuestros sentidos se ponen alerta y nos sentimos, ciertamente, un poco incómodos.
No siempre es así, por supuesto, pues hay gente que asegura sentirse más cómoda hablando con desconocidos que con sus amigos, quizá porque pueden mostrar facetas de sí mismos desconocidas o que no se encuentran a la luz muy fácilmente. De cualquier manera, no es algo que hagamos con mucha frecuencia.
En un estudio llevado a cabo por científicos del comportamiento de la Universidad de Chicago, pidieron a un grupo de participantes que hablaran con extraños en el transporte público, taxis y salas de espera. La mayoría de los participantes predijeron que las interacciones irían mal y entre sus preocupaciones estaba que el extraño se ofendiera por la intrusión y los rechazara o que los viajes fueran más desagradables de lo que ya lo eran.
Sin embargo, cuando lo hicieron descubrieron que los extraños eran sorprendentemente receptivos, curiosos y agradables. Y el estudio se ha repetido en diferentes países, siendo los hallazgos notablemente consistentes: muchas personas temen hablar con extraños, pero cuando lo hacen, tienden a sentirse bien. Más felices, menos solos, más optimistas, más empáticos y con un sentido más fuerte de pertenencia.
Hablar con extraños también puede hacernos más sabios y más empáticos, dice la profesora de la Universidad de Harvard y ganadora de la «beca para genios» de MacArthur, Danielle Allen. Cuando enseñaba en la Universidad de Chicago, sus colegas le advirtieron repetidamente que se mantuviera alejada del lado más pobre de la ciudad.
Ella cree que este «miedo a los extraños en realidad estaba erosionando muchas de las capacidades intelectuales y sociales (de sus compañeros)».
Se negó a mantenerse alejada e hizo algunos de sus trabajos más admirados en esos vecindarios. Desde entonces, ha dedicado su carrera a fomentar conexiones entre personas y grupos que de otro modo no interactuarían. «El conocimiento real de lo que hay fuera del jardín de uno cura el miedo», escribe Allen, «pero solo hablando con extraños podemos llegar a ese conocimiento».
Pero no es fácil. Tendrás que revisar constantemente tus suposiciones sobre el mundo y tu lugar en él, lo que puede ser difícil y desorientador, pero también estimulante e incluso entretenido.
También es la forma en que crecemos como individuos y nos mantenemos unidos como sociedades. Así es como llegamos a conocernos, y solo conociéndonos podemos tener la esperanza de vivir juntos.
Es un tema complicado, sin duda, pues en nuestra amplia mayoría desconfiamos de los extraños porque tememos los peligros intrínsecos de un mundo en el que hay riesgos potenciales. Y, sin embargo, cada vez más voces se alzan para explicar que muchos problemas de desconfianza hacia el prójimo podrían resolverse con una enseñanza distinta, lo que a la larga como civilización sería beneficioso.