De forma imperial, con un domino abrumador y sin ofrecer resquicio a los cinco contendientes que ha tenido, Rafael Nadal elevó su undécimo trofeo del Masters de Montecarlo después de imponerse en la final al japonés Kei Nishikori por 6-3 y 6-2 (en 1h 33m). De este modo, el número uno conquistó su primer trofeo de la temporada, que a su vez significa su 31º premio en un Masters 1000; en consecuencia, destrona a Novak Djokovic (30) como el tenista más laureado en los torneos de esta categoría y además retiene el trono mundial, obligado como está a ganar prácticamente todas las citas sobre tierra batida.
Sobre esta superficie, el mallorquín ofrece un recopilatorio sideral, con 396 triunfos (por solo 35 derrotas) y la friolera de 54 títulos, integrados en un total de 76. Este último se lo adjudica después de una semana extraordinaria, en la que ha desbordado con autoridad a cada uno de sus rivales, de perfiles muy diversos: desde un pegador como Khachanovhasta un virtuoso como Dimitrov, pasando por un especialista en la arcilla, Thiem, y el inerme Bedene en el debut. Tiene Nadal para todos. En la final le tocó turno a Nishikori, siempre correoso e incómodo, pero al que le falta un punto de malicia y más sangre para aspirar a cotas más elevadas.
Planteó una digna resistencia esta vez el japonés, pero al cuarto de hora, cuando Nadal estaba más fresco que una lechuga, él ya boqueaba como un pez fuera del agua. 11 minutos y mucho sudor (calor considerable en el Principado, unos 23º) le costó defender su primer servicio; es decir, de partida el balear ya le exigía un mundo en cada pelota, correr a por esa bola revolucionada que pesa una tonelada. Mal panorama para él, pues, más si cabe porque Nishikori (11 títulos ATP, los mismos que Nadal solo en Montecarlo) es un jugador de cuerpo y cabeza quebradiza, que viene de un largo periodo en la reserva, con una intervención de muñeca incluida.
Habitual del top-5, su juego siempre invita a estar alerta. Y Nadal, por supuesto, no se relajó ni para sacarse la foto previa de rigor. Si el asiático posee una corriente de electricidad en las piernas, él concentra un depósito voltaico en la mente, y esta le decía que la ocasión era demasiado jugosa como para dejarla escapar. En su 12ª final en Montecarlo, prosperó guantazo a guantazo, con la derecha más entonada que el día anterior. Tuvo que trabajárselo, porque Nishikori nunca regala nada, pero pulsó el botón y atrapó el primer parcial en 56 minutos, después de un intercambio de roturas: primero la del japonés, para 2-1, e inmediatamente la suya; después, otro acelerón (rotura para 4-2) y de ahí en adelante, más dinamita.
Primer torneo completo en 2018
Golpe tras golpe, el nipón fue tambaleándose. En la segunda manga Nadal le lanzó otros dos crochets a la mandíbula y terminó desesperado de pura impotencia. El número uno le acorraló, le apuntilló y se hizo con un título que transmite muchas cosas. La primera, que por primera vez Nadal consigue completar un torneo en este curso; la segunda, que la lesión del psoas ya es historia y que su chasis está a punto; y la tercera, que en el momento clave del año, en la rampa de lanzamiento hacia Roland Garros, el español está afilado y va a por todas, y parece ser que no hay quien le tosa.
“Es especial volver a ganar aquí, sobre todo después de los meses duros que he pasado. Doy las gracias a mi familia y al equipo por estar ahí”, expresó en la ceremonia final, antes del tradicional mordisco al trofeo. Nadal, camino de los 32 años, lo quiere todo. Suma y sigue. Enlaza ya 36 sets consecutivos a su favor en la arena y prorroga una hegemonía sin comparación, porque nadie ha monopolizado una superficie de esta manera. Montecarlo para abrir boca, como primera escala triunfal. Vienen ahora Barcelona, Madrid, Roma, París. La bonita rutina de la primavera.
Cortesia :EL PAIS AMERICA