Mientras Liliana le saca los piojos a su novio, Patricio —los dos sentados juntos en la acera de una calle de Caracas—, la joven observa de cerca a su “familia”.
Cuando una niña de 10 años llamada Danianyeliz se arrodilla a tomar agua de un charco, Liliana le regaña y le brinda un trago de una botella de jugo que acaba de encontrar en una bolsa de basura.
A los 16 años Liliana se ha convertido en la figura materna de una banda de niños y adultos jóvenes venezolanos llamado Chacao, el nombre del vecindario que reclaman como su territorio. Los 15 miembros del grupo, de entre 10 y 23 años, cooperan para sobrevivir las violentas peleas por la basura “de calidad” en medio de la fuerte escasez de todo que hay en el país.
Sus armas son cuchillos, palos y machetes. El premio son las bolsas de basura con suficientes alimentos en estado aceptable para comer.
Liliana, con una sonrisa fácil y amplia, es conocida como “Caramelo”. La joven dirige las actividades diarias del grupo y decide cuánta comida su “familia” consumirá y cuánto debe guardar para otro día. También zanja los conflictos que surgen en el grupo y les da un abrazo, un beso o una palmada en la espalda cuando es necesario.
“Caramelo es mi mamá y Paola es mi tía”, dijo Danianyeliz, quien se unió a la pandilla hace unas tres semanas. La niña abandonó su casa, dijo, porque no había comida suficiente. La “tía”, Paila, tiene solamente 14 años y también es miembro del grupo.
Caramelo —quien pidió no identificar a los miembros de la pandilla por temor a que la policía los reprima— ha creado una jerarquía dentro del grupo Chacao. La banda tiene un pequeño grupo de dirección formado por Caramelo, Paola y otros siete miembros que recorren la zona juntos para “reciclar” bolsas de basura, es decir, buscar alimentos y bebidas desechados.