Hasta el siglo XVI, la poesía castellana se hallaba constituida por dos corrientes. Una, popular, cuyo máximo exponente eran los romances y los villancicos y que hundía sus raíces en los mismos inicios de la literatura peninsular. Y otra, culta, conformada por cancioneros de contenido amoroso o didáctico-moral, que procedía de la tradición provenzal.
Pero, pronto, a estas dos tendencias vendría a unirse otra de origen italianizante. Los dos grandes poetas transalpinos Dante Alighieri -figura esencial de la poesía tardomedieval o prerrenacentista- y su sucesor, Petrarca, influyeron de modo esencial en la poesía europea del momento.
Y, como España no iba a ser una excepción, en la península ibérica esta lírica de origen italiano se introdujo por medio de dos figuras esenciales en nuestras letras: Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, quiénes la conocieron de primera mano debido a sus contactos con poetas de aquéllas tierras –en el caso del primero- y a sus estancias allí –en el del segundo-.
Garcilaso de la Vega (Toledo, hacia 1501-1536) encarna como pocos la figura del cortesano renacentista que definiera Castiglione en sus obras. Soldado y poeta, perteneció a la Corte del Emperador Carlos I y realizó numerosos servicios en Nápoles y otros reinos de la península itálica, lo que le permitió entrar en contacto con los seguidores de Dante y Petrarca.
Este hecho marcaría su poesía de modo decisivo. Si hasta entonces sus composiciones se hallaban próximas a la lírica cancioneril, con una notable influencia del valenciano Ausías March, desde 1533 el influjo italiano se introduce en ellas –aunque nunca abandonaría del todo sus raíces-, marcando su trayectoria definitiva.
La obra de Garcilaso no es muy extensa. Se reduce a cuarenta sonetos, tres églogas, cinco canciones, dos elegías y una epístola. Inmersa en el clasicismo renacentista, su tema primordial es el amor, visto desde la perspectiva del neoplatonismo, es decir, que idealiza a la dama y generalmente no es correspondido. Y el marco para sus composiciones es el bucólico, el pastoril, una arcadia no menos idealizada en la que, tanto la amada como el poeta se encarnan en pastores.
Formalmente, se trata de una poesía de suave lirismo, nada exaltada, que debe mucho a los clásicos latinos y a los citados poetas italianos. De hecho, la canción petrarquista es la estrofa utilizada en muchas composiciones.
Sin duda, fue Garcilaso uno de los más grandes líricos de las letras españolas, hasta el punto de que prácticamente todos los que han significado algo en nuestra poesía reconocen su deuda con él, desde Góngora hasta Juan Ramón Jiménez, pasando por Bécquer o Rosalía de Castro.
Podéis leer una antología de su obra aquí.
Fotos: Garcilaso: El Bibliómata en Flickr | Toledo: Javier Martín en Flickr