Indonesia.- Quedaban apenas unos minutos para las ocho de la mañana del 26 de diciembre cuando la tierra tembló a cuatro mil metros de profundidad en el Océano Índico, a unos 260 kilómetros al oeste de la costa de Aceh, en Indonesia. Mientras tanto, en las paradisíacas costas de Tailandia, Indonesia, La India, Sri Lanka y los países del sureste asiático se disponían a iniciar una nueva jornada de sol y playa.
Ni los más agoreros pensaban que muchos de ellos no verían nacer el año nuevo. Una cadena de maremotos, provocados por el fortísimo seísmo que llegó a los nueve grados en la escala de Richter, borró horas después del mapa las idílicas islas, playas y poblaciones, que quedaron sumergidas en una densa capa de lodo, agua y cadáveres.
Los primeros en sentir la fuerza de los maremotos fueron los habitantes de Banda Aceh, en Indonesia. Olas de más de cinco metros y de una fuerza inusitada, que arrasaron con todo lo que se encontraron a su paso: casas, barcos, calles, vías del tren… y por supuesto personas.
Una semana después del ‘tsunami’, las autoridades del país decidieron dejar de contar cadáveres: la cifra ya superaba los 100 mil, y el temor a la aparición de plagas y enfermedades obligaba a enterrar los cuerpos en fosas comunes sin siquiera reconocerlos.
La onda expansiva de las olas llegó a Tailandia, Sri Lanka y algunos archipiélagos indios como Andaman y Nicobar. Hora y media después del terremoto, miles de personas que en ese momento estaban en las playas -muchos de ellos niños perecieron en cuestión de segundos tragados por la fuerza del mar.













