El tira y encoge en el CNE ha permitido que el Gobierno gane terreno en sus intenciones de controlar el proceso electoral. Libre ha dejado claro que “no van a permitir” que el modelo de transmisión de resultados electorales aprobado siga adelante. Aun a pesar de haber sido aprobado en la forma prevista por la ley por la mayoría de miembros del pleno del CNE.
Haber enviado a los colectivos a parar el acto de presentación de ofertas para el TREP y que, en paralelo, Redondo haya montado una simulación de “conversatorio” en el Congreso Nacional después de días sin sesionar a raíz de los casos de corrupción de varios diputados es, sin duda, parte de un plan que hace tiempo vienen ejecutando y que la oposición no ha sabido leer ni anticipar.
Ante la incertidumbre que muchos de estos acontecimientos producen, lo que mucha gente se repite a sí misma, quizás para tener un poco de aparente tranquilidad es que debe hacerse lo posible para que “haya elecciones”. Eso no es suficiente. En El Salvador hubo elecciones el año pasado, sin que cumplieran suficientes condiciones para ser transparentes, y Bukele se reeligió inconstitucionalmente. Ese mismo año hubo elecciones en Venezuela, y para todo el mundo es sabido que Maduro se impuso fraudulentamente en los resultados.
Que haya elecciones, y nada más, es banalizar las dificultades que rodean la organización de un proceso condicionado por factores que trascienden del CNE. Hace 4 años también existió la duda de si iba a haber o no elecciones generales. Al final, aunque la diferencia fue amplia, fue un proceso electoral que a penas logró llegar a su final.
Quedan un poco más de 4 meses para el día de las elecciones, pero el Gobierno ya se quitó la máscara de hasta dónde es capaz de llegar para imponerse en el poder con artimañas mucho antes de que llegue el 30 de noviembre. El 9 de marzo se esforzaron por dejar algunas dudas sembradas, pero ayer y hoy se terminaron de quitar la capucha. El Gobierno va a continuar jugando prácticamente solo, y probablemente cada vez más por fuera de las reglas establecidas, mientras la oposición se sabotea a sí misma, dividida, definiendo quién va a ser su candidato.