Tras el revuelo armado en la palestra pública con el reciente desmantelamiento de las denominadas «Celdas VIP» en el Centro Penitenciario de Támara, muchos son los relatos y recuerdos sobre la forma en que funcionaron las granjas penales en el país, donde por muchos años fueron manejados a las anchas de los presidiarios, siendo ellos quienes daban la primera y última palabra en muchas de las decisiones importantes en las que se suponían serían sus «centros de rehabilitación del mundo criminal».
El escandalo se hizo más grande luego de las declaraciones vertidas de forma anónima por una ciudadana y presunta ex empleada del centro penal de San Pedro Sula en HCH Matutino, misma que dio a conocer interioridades que se vivieron en el antiguo presidio.
La demolición del antiguo penal comenzó el 7 de agosto de 2018, casi diez meses después de su cierre. Los trabajos estuvieron a cargo de soldados del Primer Batallón de Ingeniería y se planificó que duraran al menos 60 días. El ex presidente Juan Orlando Hernández supervisó personalmente el inicio de la demolición, destacando la importancia de transformar el espacio en beneficio de la comunidad.
Este proceso marcó un hito en los esfuerzos por reformar el sistema penitenciario hondureño, buscando erradicar los problemas estructurales que habían caracterizado al centro penal, como la corrupción, el tráfico de armas y drogas, y las constantes violaciones a los derechos humanos.
«Yo trabaje en el Centro Penal de San Pedro Sula cuando funcionaba, caletas habían como no tienen idea, tenían una organización tremenda, hacían caletas debajo de las tazas del baño, en los tubos de la cama, metían sus chips en el ruedo de las camisas y pantalón, ellos sabían como guardar las cosas», inició relatando la ciudadana, quien intentó no dar detalles muy específicos para mantener en secreto su identidad.
Los lujos fueron vastos durante muchos años en los diferentes presidios a nivel nacional, donde en el caso particular de Támara fueron encontrados televisores lujosos, aires acondicionados, luces decorativas y hasta varios espejos, lo que demostró una clara infiltración de las estructuras criminales en puestos claves para el correcto resguardo de los privados de libertad.
«Había una bartolina en SPS que, entre más cerca estaba usted del aire acondicionado más caro era el costo y mientras más lejos, más barato. Los privados de libertad siempre han tenido sus refris, hasta comida de afuera les traían», exteriorizó, aseverando que el tema de electrodomésticos para aplacar las altas temperaturas son uno de los infaltables para quienes debían pagar las penas que infligieron a la sociedad dentro de una pequeña celda.
Además, la presunta ex colaboradora del centro penal explicó como a ellos como empleados los guardias les «hurgaban» la comida antes de dejarlos entrar, algo que nunca se hacia con los reos.
«Yo trabajé ahí y para meter un plato de comida lo cuchareaban todo, le daban vuelta a la comida y cuando ellos tienen dinero (presos), ellos no les revisan nada», aseguró.
Ofrendas al nuevo «cacique»
Entre las interioridades reveladas por la ciudadana estuvieron muchas, una más sorprendente que la anterior, llegando a detallar como los reos tenían sus formas de «ganarse» el respeto y el «favor» de quienes debían ser sus autoridades, subrayando que en el caso de los centros penales de Honduras eran «los patos» quienes les «disparaban a las escopetas» y no al revés.
«Le explicaré un poco como funcionaba: usted entraba a un centro penal y no tenía dinero, entonces le tocaba recoger basura pero si usted tenía dinero entonces pagaba para no hacerlo, ahí se llegaron a pagar desde 900 hasta 1,000 lempiras», explicó.
«Dentro de los centros penales habían líderes y es a ellos a quienes les hacían los pagos. Ellos, cada vez que hay cambio de director, ellos (reos) tenían que presentarse y darles sus ofrendas para mantener el estatus quo», reveló.
Cabe recordar que, durante el desmantelamiento del Centro Penal de San Pedro Sula, se revelaron hallazgos que superan cualquier ficción carcelaria. Entre los descubrimientos más perturbadores se encontraron celdas transformadas en espacios de lujo, equipadas con discotecas donde se realizaban fiestas con mujeres desnudas, bajo el control de líderes de maras y pandillas que operaban con total impunidad.
Estos espacios contaban con sistemas de vigilancia propios, pasajes secretos y caletas para ocultar armas y dinero, evidenciando un nivel de organización y poder alarmante dentro del penal.
Además, la denunciante vertió una teoría sobre lo que pudo haber acontecido en el centro penal de Támara, argumentando que «esa habitación que desmantelaron ha de haber sido alguien que no pago y por eso lo expusieron».
Tras el cierre y desmantelamiento del «centro del miedo» en San Pedro Sula hace varios años, las esperanzas recaen en la junta interventora del Instituto Nacional Penitenciario (INP), encargados de velar tanto por la seguridad de los presidiarios como de la correcta rehabilitación de sus internos, donde la misión es clara y puntual: asegurar que los centros penales de Honduras no regresen a ser «centros de mando» de las estructuras que día a día desmantelan la paz y tranquilidad de la población.