Entre llanto, consternación y un profundo silencio que cala los huesos, la comunidad de la Villa de San Francisco recibió este miércoles el cuerpo de José Antonio Trejo, uno de los tres hondureños que fallecieron el pasado 28 de abril en un trágico accidente vial en Oklahoma, Estados Unidos.
El ataúd llegó a la que fue su vivienda, envuelto en flores, rezos y abrazos rotos en una atmósfera de dolor. Su familia, devastada, no encuentra consuelo tras casi un mes de espera para poder despedirse de quien en vida fue un hombre trabajador, soñador y muy querido por todos los que lo conocieron.
«Era un hombre con sueños», expresó un excompañero de trabajo, mientras su esposa, sumida en una tristeza indescriptible, no tiene fuerzas ni palabras para expresar su dolor.
José Antonio había emigrado en busca de una vida mejor, con la esperanza de restaurar la humilde casa de bajareque donde creció y darles a sus hijos un futuro prometedor.
Junto al cuerpo de José Antonio Trejo, también fue repatriado el de Carlos Eduardo Salgado, el tercero de los jóvenes que perdió la vida en el mismo accidente.
El accidente que apagó tres vidas
El pasado 28 de abril, José Antonio Trejo, Carlos Eduardo Salgado y Francisco Javier Ponce Salgado se dirigían a su trabajo en una granja en Oklahoma cuando ocurrió el fatal accidente que les costó la vida.
Los tres eran originarios de distintas comunidades hondureñas, pero compartían un mismo sueño de salir adelante y apoyar a sus familias desde el extranjero.
La tragedia conmocionó profundamente a las comunidades de Villa de San Francisco, Guanacaste (Valle de Ángeles) y Quebrada Grande (El Paraíso), donde la noticia cayó como un balde de agua fría, dejando a tres hogares enlutados y marcados por la ausencia.
José Antonio, quien llevaba casi tres años en Estados Unidos, era el sostén de su familia. “Soñaba con ver a su hija convertirse en médico y a su hijo en ingeniero”, recordó un familiar entre lágrimas.
Hoy, la comunidad que lo vio crecer lo despide con el corazón en la mano. En su casa ya no se escuchan sus bromas ni su voz alegre. Solo queda el eco del dolor, el recuerdo imborrable de su sacrificio y una promesa rota por el destino.
