Cada segundo domingo de mayo, los cementerios de Honduras se transforman en espacios de memoria y afecto, donde cientos de familias llegan para rendir homenaje a las madres que han partido.
Desde tempranas horas de la mañana, los camposantos se llenan de flores, velas y plegarias. Las tumbas, especialmente las de madres, son adornadas con amor: rosas, decoraciones y girasoles cubren lápidas mientras los visitantes rememoran anécdotas, rezan en familia o simplemente guardan silencio ante la ausencia.
“Mi madre falleció hace 20 años, pero a la madre nunca se le olvida, es importante que quienes las tienen vivas no deben olvidarse de ellas, madre solo hay una y siempre ella fue la única”, dijo José Valladares mientras coronaba a su madre en el Cementerio General de Comayagüela.
El Día de la Madre no solo se celebra con serenatas y almuerzos; para muchas personas, es una jornada de recogimiento que las lleva hasta los cementerios para agradecer y recordar.
Esta costumbre, profundamente arraigada en la cultura hondureña, refleja no solo el amor por las madres, sino también la importancia del vínculo familiar y la memoria colectiva.