Lo que alguna vez fue un hogar lleno de sueños y esperanzas, hoy está cubierto de luto. La familia de José Antonio Trejo González, uno de los tres hondureños que murió el fin de semana en un trágico accidente en Oklahoma, Estados Unidos, vive momentos de profundo dolor mientras esperan poder repatriar el cuerpo de su ser querido.
En una humilde casa de bajareque, pintada de blanco cal, su madre, entre lágrimas, clama por ver de regreso a su hijo, aunque sea sin vida para darle cristiana sepultura.
José Antonio emigró al país de Norteamérica hace casi tres años y su mayor anhelo era darles a su madre y a sus hijos un futuro mejor; sin embargo, aquél trágico accidente le puso fin a sus sueños.
Su madre, una señora de la tercera edad recuerda la ayuda que recibió de su hijo durante sus años de lucha en Estados Unidos. «Yo estaba enferma, él nunca dejó de estar pendiente de mí. Se hizo cargo de mis medicinas desde allá», relató con dolor la dedicación de José Antonio.
Por otro lado está el dolor de su esposa, con quien mantuvo 17 años de matrimonio, procreó dos hijos y a quienes dejó hace tres años con la esperanza de construir un mejor porvenir.
«Él siempre hablaba de sus hijos, soñaba con ver a su hija convertirse en médico y a su hijo en ingeniero», cuenta su viuda entre sollozos sobre el sueño que ahora queda inconcluso.
Como muchos migrantes, José Antonio se fue en busca de una oportunidad que en Honduras se le negó. La precaria situación económica lo obligó a cruzar fronteras para procurar una vida digna para su familia.
Sin embargo, una tragedia acabó con su vida, junto a la de sus compatriotas Carlos Eduardo Salgado Sánchez y Francisco Javier Ponce Salgado.
El hecho, ha sacudido no solo a Villa de San Francisco, su lugar de origen, sino también a toda la comunidad de Quebrada Grande, donde hoy el ambiente es de duelo y tristeza.
El no tuvo las mismas oportunidades
Su familia solicita a las autoridades y organizaciones correspondientes que agilicen los trámites de repatriación del cuerpo.
«Él no tuvo la oportunidad de salir adelante aquí, pero luchó para que sus hijos la tuvieran», expresó su esposa, quien entre lágrimas añadió:
«Mis últimas palabras para él serían que fue el mejor hombre y un padre ejemplar.»
El dolor es palpable en cada rincón de la pequeña casa donde José Antonio soñó con regresar algún día. Hoy, ese sueño queda inconcluso, pero su sacrificio y amor por su familia quedarán grabados para siempre.