Era ampliamente reconocido en Honduras porque a sus 74 años permanecía fiel a sus criterios profesionales, no era socialmente asequible, tanto así, que para poder acceder a su persona uno debía llegar a su casa, a la humilde casa antañona que habitó toda la vida entre un arsenal de tiestos, libros, revistas y licores.
En esa casa recibía a los amigos de todos los pelajes, porque ciertamente el abogado Raúl Pineda Alvarado nunca se ofuscó en diferencias partidarias o religiosas, en realidad fue una mente abierta capaz de deleitarse en las diferencias de opinión y de criterio, mostrando en todo tiempo su gran ecuanimidad y capacidad para respetar aun las posiciones políticas más antagónicas.
Nunca ocultó se vena partidaria nacionalista, pero, a la vez, jamás fue permisivo con sus partidarios. Debido al tono auto crítico de sus posturas, llegó a ser purgado y perseguido en varias oportunidades por sus mismos correligionarios. Era nacionalista en un sentido patriótico, más que un cachureco de ciegas lealtades. Amada a Honduras y la sufrió de cabo a rabo, trabajó en todos los ámbitos legales y jurídicos y las huellas de su pensamiento pueden ser rastreadas en todos los códigos, reformas, leyes y reglamentos de las ciencias jurídicas que se establecieron en los recientes 30 años de democracia en Honduras.
Pero, más que un jurista renombrado, Raúl fue un ser humano extraordinario. Diríamos que acaba de morir el último de su especie, porque no veo por ninguna parte a un hondureño que reúna en estos momentos las notables cualidades de un patriota genuino.
Ubicado a mil años luz de las mezquindades sectarias, Raúl Alvarado se mantuvo fiel a la cátedra y al conocimiento, leal a las cordialidades de rigor y activo en sus respetables tareas como custodio de la corrupción y la inmoralidad.
No tuve la dicha de estar entre sus discípulos, pero, desde la distancia le seguí los pasos, lo admiré en secreto y lo quise sin saber que lo quería porque al enterarme de su partida mis ojos se volvieron un diluvio. La muerte de Raúl deja una extraña sensación en todos los hondureños que no hemos renunciado al país ni a la verdad, siento como si la tarde de ayer, todos hubiésemos quedado huérfanos.
Por: César Indiano