Me puse a pensar por qué los políticos hablan en todas partes, en todo momento y en toda circunstancia, sobre pobres, pobrezas y pobrerías. Ellos encuentran miserables hasta en la sopa y sólo hace falta ponerles un micrófono en los labios y al momento silban en su boca los tornados catastróficos de la pobreza extrema.
Me parece que es básicamente una costumbre, desde luego, es una costumbre arraigada no únicamente en las frases trilladas que todos utilizan para hacer política barata, sino también, en la manera tradicional de referirse a temas que desconocen y en el hábito (mundialmente aceptado) de confundir la política con el mesianismo, lo cual es terrible.
He hablado con muchos políticos a lo largo de mi vida y siempre noté que sabían mucho sobre agro, historia, negocios, ciencia, ingeniería, cultura y academia, pero, en la mayoría de las veces del tema político no sabían un pepino. Así que, en un momento de arrebato y sin ninguna preparación, muchos políticos dejaron sus nobles profesiones, se subieron a una tarima y comenzaron a repetir el aburrido discurso de la pobreza extrema en tono marxista. De un día para otro, las eminencias de la abogacía, de la ingeniería y de la medicina, terminaron poniéndose un disfraz de pobre, comiendo frijoles y bailando punta en los estrados de las ferias.
Básicamente, no asumieron la dura tarea de escudriñar los errores que impiden a las personas y a los grupos alcanzar la riqueza. En vez de eso, se embarcaron en la agotadora fantasía del mesianismo, lo cual es ridículo. Querían ser mesías y no políticos, por eso, jamás comprendieron ni las causas de la pobreza ni las razones de la riqueza. No es la extrema pobreza la que arruina a un país, sino, la extrema arrogancia.
Por: Cesar Indiano