Surgió en Flamengo, dio el salto a Europa a los 19 años para vestir la camiseta del Inter de Milán. Fiorentina, Parma, San Pablo, Roma, Corinthians, Atlético Paranaense y Miami United lo cobijaron en el fútbol hasta su adiós en mayo de 2016. En el medio, fue un killer de la selección de Brasil con 27 goles en 48 partidos. Fue campeón del mundo Sub 17 y obtuvo la Copa América 2004 y la Copa Confederaciones 2005 con el Scratch. Sin embargo, la carrera de Adriano Leite Ribeiro estuvo atravesada por el alcoholismo y diversos casos de indisciplina que imposibilitaron un mayor crecimiento en su trayectoria. Hoy, a sus 42 años, reparte su vida en Barra da Tijuca, Río de Janeiro, pero él sigue “enterrado” en la favela Vila Cruzeiro: “Mi lugar”.
El centrodelantero escribió una desgarradora carta a corazón abierto en el portal The Players’ Tribune, en la cual se refirió a su infancia en suelo brasileño, su primer acercamiento al alcohol y la relación con sus padres, entre otros tópicos: “¿Sabes lo que se siente ser una promesa? Lo sé. Incluyendo una promesa incumplida. El mayor desperdicio del fútbol: yo. Me gusta esa palabra, desperdicio. No solo por cómo suena, sino porque estoy obsesionado con desperdiciar mi vida. Estoy bien así, en un desperdicio frenético. Disfruto de este estigma. No tomo drogas, como intentan demostrar. No me gusta el crimen, pero, por supuesto, podría haberlo hecho. No me gusta ir a discotecas. Siempre voy al mismo lugar de mi barrio, el kiosco de Naná. Si quieres conocerme, pásate por aquí”.
A continuación, Adriano confesó en qué contexto empezó a tomar bebidas etílicas a tan corta edad: “Tenía 14 años y en nuestra comunidad todos estábamos de fiesta. Había mucha gente, esa alegría que se apoderaba de todo. Samba, gente yendo y viniendo. En aquella época, yo no era bebedor. Pero cuando vi a todos los chicos haciendo sus cosas, riéndose, dije ‘aaaahhhh’. No había manera. Tomé un vaso de plástico y lo llené de cerveza. Aquella espuma amarga y fina que bajaba por mi garganta por primera vez tenía un sabor especial. Un nuevo mundo de ‘diversión’ se abrió ante mí. Mi madre estaba en la fiesta y vio la escena. Se quedó callada, ¿no? Mi padre… Mierda”.
Acto seguido, reveló la reacción de Almir Leite Ribeiro, alias Mirinho: “‘Para ahí mismo‘, gritó. Corto y grueso, como siempre”. “Mis tías y mi madre se dieron cuenta rápidamente y trataron de calmar los ánimos antes de que la situación empeorara. ‘Vamos, Mirinho, está con sus amiguitos, no va a hacer ninguna locura. Sólo está ahí riéndose, divirtiéndose, déjalo tranquilo, Adriano también está creciendo’, dijo mi madre. Pero no hubo conversación. El anciano se volvió loco. Me arrancó la taza de la mano y la arrojó a la cuneta. ‘Yo no te enseñé eso, hijo’, dijo”, continuó. El abuelo paterno del exjugador fue un “verdadero alcohólico”, razón por la cual falleció. Debido a esa experiencia, Mirinho “tiraba al suelo los vasos y las botellas que tenía delante cada vez que veía a los niños bebiendo alcohol”.
Su muerte en 2004, poco tiempo después de que el punta fuera el goleador de la Copa América y principal figura en la coronación de la Verdeamarela, fue un golpe del que jamás pudo recuperarse: “La muerte de mi padre cambió mi vida para siempre. Hasta el día de hoy, es un problema que aún no he podido resolver”.
Mucho tiempo antes, cuando él tenía 10 años, su familia cambió por completo, luego de que Mirinho fuera baleado. “Le dispararon en la cabeza en una fiesta en Cruzeiro. Una bala perdida. No tuvo nada que ver con el desastre. La bala entró por su frente y se alojó en la parte posterior de su cabeza. Los médicos no tenían forma de sacarla. Después de eso, la vida de mi familia nunca fue la misma. Mi padre comenzó a tener convulsiones frecuentes. ¿Alguna vez has visto a una persona sufriendo un ataque epiléptico frente a ti? No quieres verlo, hermano. Da miedo”, describe en su descarnado relato.
Cuando colgó, se sumergió en el alcohol: “Estaba destrozado. Cogí una botella de vodka. No exagero, hermano. Bebí toda esa mierda solo. Me llené el culo de vodka. Lloré toda la noche. Me desmayé en el sofá porque bebí mucho y lloré. Pero eso fue todo, ¿verdad, hombre? ¿Qué podía hacer? Estaba en Milán por una razón. Era lo que había soñado toda mi vida: convertirme en un jugador de fútbol en Europa. Pero eso no me impidió estar triste”.
Más adelante, Adriano contó detalles de su “escape” del Viejo Continente para refugiarse en Vila Cruzeiro en medio de su estadía en el Calcio: “Estuve tres días recorriendo todo el complejo. Nadie me encontró. No hay manera. Regla número uno de la favela: mantén la boca cerrada. ¿Crees que alguien me delataría? Aquí no hay ratas, hermano. La prensa italiana se volvió loca. La policía de Río incluso llevó a cabo una operación para ’rescatarme‘. Dijeron que me habían secuestrado. Estás bromeando, ¿verdad? Imagínate que alguien me va a hacer algún daño aquí… a mí, un niño de la favela. Todos me destrozaron”.
“Me gustara o no, necesitaba la libertad. Ya no soportaba más tener que estar siempre pendiente de las cámaras cada vez que salía a Italia, cualquiera que se cruzara en mi camino, ya fuera un periodista, un estafador, un timador o cualquier otro hijo de puta. En mi comunidad no tenemos eso. Cuando estoy aquí, nadie de fuera sabe lo que estoy haciendo. Ese era su problema. No entendían por qué iba a la favela. No era por la bebida, ni por las mujeres, mucho menos por las drogas. Era por la libertad. Era porque quería paz. Quería vivir. Quería volver a ser humano. Aunque fuera un poquito. Esa es la maldita verdad”, explicó.