Dios es permisivo y soberano, dueño de la vida y de la muerte, dictador celestial de las leyes eternas que rigen el universo, propietario de una mansión infinita decorada con estrellas, inventor de un reloj donde los siglos son segundos…
Dios truena en los cielos cuando camina en puntillas y elabora con sus manos perfectas, hermosas lloviznas de estrellas, hielo y rocío. Ni la hoja de un árbol cae al suelo si él no lo desea, ama infinitamente a quienes le temen y sonríe con ternura ante las altiveces de quienes lo niegan.
El domina con sus ojos azules la densa tiniebla de los desobedientes. Y tiene cinco martillos de oro en sus manos divinas, con ellos mata, enferma, envejece, atonta y empobrece. Con estos martillos, Dios pone en su lugar a todos aquellos que lo desafían, lo niegan o lo retan.
Como las naciones prefirieron las leyes terrenales y no las de Dios, como los países, en su arrogancia, se han inventado que los humanos tienen derechos, entonces Dios sonríe y dice “No, ustedes no existen porque tienen derecho, existen, porque la misericordia de mi corazón es infinita”. Para acabar con este mundo de arrogantes, orgullosos, pretensiosos, murmuradores y burladores, Nuestro Padre Celestial sólo necesitaría encender un fósforo y adiós mundo cruel.
Pero, Dios – tardo en su ira – simplemente agarra sus martillos y mata al desobediente y al prepotente. Enferma al que se enorgullece de sus gulas y sus hábitos. Envejece al que se opone a la vejez mediante cirugías y rinoplastias. Empobrece al que levanta fortunas mal habidas y embrutece a todos aquellos que se fían de títulos y diplomas, mostrándose sabios en su propia opinión.
¿Derechos Humanos? No me hagan reír, dice Dios, en su majestuosa eternidad. Así que, más nos valdría hincarnos en cada amanecer y dar gracias porque el sol ha vuelto, porque el aire sigue ahí y porque la tierra sigue dando – inmerecidamente – frutos y semillas. Dios, en su paciencia eterna, piensa que algún día dejaremos la maldad y volveremos a casa.
Por: César Indiano