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La maldición del perdedor

Mi madre siempre me decía “no perdés la cabeza porque la andás pegada al cuello”, esta era su dulce manera de decirme que yo era un perdedor. Entre los 15 y los 45 años yo perdí cientos de objetos valiosos como relojes, camisas, libros, instrumentos, teléfonos, discos, documentos, llaves y herramientas. Dejaba las cosas olvidadas en todos los sitios a donde iba y así me fui acostumbrando a la triste manía del perdedor. En consecuencia, llegué a los 45 años en completa carencia, pues mi vida se había tratado de una sola cosa: perder.

Jamás creí que esto fuera un grave defecto hasta que comencé a leer sobre el tema, descubrí que la pérdida de cosas proyecta un carácter distraído y descuidado, que refleja una profunda falta de concentración y lo más terrible, que es propio de personas que viven desconectadas de su realidad.

Nunca supe el impacto negativo que dicha manía representa en la vida de uno, porque siempre conviví con perdedores. Tuve un amigo que inclusive olvidó dónde había estacionado su carro, y conocí a otro, que salió a pasear a su mascota y la dejó olvidada en un parque, amarrada a una banca. Pero existe algo todavía más trágico, la definición de perdedor abarca no únicamente al que olvida las cosas, sino, también, al que las estropea, las destruye o simplemente las abandona en cualquier rincón de la casa.

Mi amigo Amílcar Martínez le dijo un día su hijo de 30 años, tráeme una calculadora de mano, vamos a recorrer la casa para hacer un inventario de las cosas que hemos destruido y que jamás reparamos. Al terminar la faena llegaron a la impresionante cifra de 460,000 lempiras, el inventario incluía un Mercedes Benz que tenía 8 años de estar estacionado porque jamás tuvieron tiempo de buscar el repuesto. 

Entre más leía sobre el tema del perdedor, descubrí que los ganadores tienen tres hábitos que marcan la diferencia.

Un ganador – por ejemplo – jamás sale de su casa si no deja su cuarto completamente arreglado y limpio. Un ganador no da vueltas vacías ni da un paso sin saber a dónde va y sin definir cuál es el propósito de dicho movimiento. Y lo tercero, en la vida del ganador no existen ni las excusas ni el después.

Entendí por fin, que el ganador tiene su realidad bajo control y que en su mundo todas las cosas tienen un valor, un significado y un precio. Un ganador es aquel que jamás olvida la pequeña llave que abre la cajita donde está la aguja que da acceso al botón que activa la lona del paracaídas. El cementerio está lleno de distraídos y de muertos en vida.   

Por: César Indiano



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