Yahya Sinwar está muerto. Las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) acabó con su vida durante un enfrentamiento armando. El jefe terrorista de Hamas se ocultó durante meses en los túneles que construyó a lo largo de varios años en la Franja de Gaza. Pero la presión ejercida durante más de 12 meses -y su arrinconamiento- lo llevó a cometer un error de seguridad que lo expuso junto a otros dos comandantes a las fuerzas israelíes. Los laberintos subterráneos que fueron su refugio -y al mismo tiempo su escudo- no pudieron salvarlo.
Las autoridades israelíes realizaron chequeos de ADN para poder confirmar su deceso. Luego de que Ismail Haniyeh, jefe político de Hamas, fuera abatido en Teherán el 30 de julio pasado, Sinwar asumió el control total de la organización yihadista palestina.
Sinwar era amo y señor de Hamas en la Franja de Gaza desde 2017 cuando reemplazó a Haniyeh, quien entonces fue nombrado “líder político” y se mudó de inmediato a Qatar. De 61 años, Sinwar creció en una ciudad al sur de ese territorio llamada Khan Younis. Allí fue vecino de otro de los mentores del ataque del 7 de octubre de 2023, Mohammed Deif, jefe militar de Hamas, muerto apenas horas después de Haniyeh.
El capo terrorista eliminado este jueves fue el arquitecto, mentor y alma mater de las Brigadas Al-Qassam, ala militar de Hamas responsable de la matanza que reconfiguró Medio Oriente un año atrás.
En los años 80, Sinwar dedicó su tiempo a dos obsesiones: armar al grupo terrorista e identificar y ejecutar a los posibles colaboradores de Israel. Tenía a su cargo las llamadas “Fuerzas de la Gloria”, encargada de los traidores. O a los que él consideraba traidores. Consistió en su primera misión dentro de esa agrupación. Fue en su barriada local donde supo construir su fama de cruel e implacable, lo que le permitió alimentar un temor absoluto a su figura que se propagaría por toda la Franja. De esa forma ganó un tenebroso apodo: “El carnicero de Khan Younis”. Fue sentenciado por un tribunal militar israelí en secreto por haber asesinado a doce palestinos.
Esos doce palestinos no eran colaboradores o espías israelíes, como él aseguraba. Eran vecinos a los que sentenció por otras cuestiones: desde posiciones políticas hasta interpretaciones religiosas que él -un conocedor de memoria del Corán- entendía a su manera. Con uno de ellos, particularmente, fue exageradamente cruel, despiadado. Luego de imputarle ser un traidor, convocó al hermano del acusado -miembro de Hamas- y lo obligó a enterrarlo vivo en la arena. La leyenda del “carnicero” se agigantaba en Gaza.