Por: César Indiano
Golpea los orgullos regionales decir que Tegucigalpa es la ciudad más bella de Honduras. Pero, excepto que alguien me demuestre lo contrario, es la mera verdad. Tegucigalpa es una ciudad preciosa desde cualquier ángulo que se le vea, tengo muchas evidencias y argumentos para probarlo, pero, me quedo con cuatro detalles incontrovertibles.
El primero de ellos, es su clima fresco y agradable. Quien lo descubre jamás lo deja y quien lo disfruta jamás lo abandona. Un viajero del siglo XIX llamado Cecil Charles, al llegar a Tegus descendiendo por el cerro de Hula dijo “te detienes asombrado por la belleza del cielo; respiras deliciosamente, oh, este es el clima que podría haber en el paraíso”. Al igual que Cecil, cientos de familias subieron del sur salinero por el escalón de Moramulca y centenares de familias treparon a Tegucigalpa provenientes de las costas bananeras y –tras respirar en el dombo gentil de su cielo – jamás volvieron a sus pueblos costeños.
Tegucigalpa fue entre 1790 y 1840 el epicentro político más interesante e importante de Centroamérica. En esta ciudad nacieron las mentes más brillantes de la nación y para 1880 los líderes de La República decidieron que había llegado la hora establecer una nueva capital. Así nació para Tegucigalpa la época dorada de su esplendor arquitectónico, intelectual, político y artístico. Atraídos por su belleza repentina, llegaron a Tegus, Emilio Montesi, Augusto Bressani, Alberto Belluci y todos los constructores maravillosos que levantaron sus regios edificios a cal y canto.
En las fotos en sepia de la Tegus de antaño, podemos apreciar los hermosos contornos de sus cañadas y colinas majestuosas, de sus jardines colmados de mimosas y jazmines y de sus misteriosos senderos y callejuelas, verdaderas pinceladas de una ciudad que estremeció el corazón del poeta cubano Joaquín Palma y que hizo temblar el delicado espíritu de Rafael Heliodoro Valle. Quien vino a Tegus y descubrió sus encantos, nunca se fue de ella, aunque se marchara.
500 atrás, antes de que ingresaran los conquistadores españoles para fundar el Real de Minas de Tekutsikalpan, esta ciudad era más que un centro urbano de los náhuatl, era el Cerro de los Venerables Señores, un sitio respetable de ríos cristalinos y manantiales de agua verde. Por eso, don Enrique Aguilar Paz dijo que Tekutli Kalpa significa “En la Casa de los Nobles”. Rodeada de pinares y cerros de plata revestidos de pobreza marginal, Tegucigalpa sigue siendo, en sus 446 años de historia, la más linda y maltratada cenicienta de Honduras.