Noa Zeevi servía como soldado en la base militar israelí de Zikim el 7 de octubre del año pasado cuando comenzó el sanguinario ataque de Hamas. Cuando el grupo atacó, Noa salió a enfrentarse con los terroristas. “Empecé a correr y luego no me acuerdo más”, cuenta ahora que sobrevivió y pudo reconstruir esas trágicas horas. “Un francotirador me disparó. La bala entró por acá (señala el ojo izquierdo) y salió… bueno, no salió, se quedó atrapada en mi cráneo, en el cerebro”.
Noa no recuerda mucho más de ese momento hasta unas horas después, cuando los israelíes fueron a recuperar los restos de sus compañeros caídos. “Pensaban que estaba muerta y me iban a levantar con los otros cadáveres”, recuerda.
Sin embargo, en medio de esa carnicería, un soldado notó que ella estaba tragando saliva, estaba viva. Otro guardia, incrédulo, se acercó y le apretó una de las piernas. No esperaba reacción, pero Noa despertó sorprendentemente.
“Puedes parar, me duele”, le dijo y empezó el operativo para que Noa viviera.
Los médicos no esperaban que saliera adelante, pero tras semanas de rehabilitación, empezó a contar su historia, la de una sobreviviente. “Tenía miedo de que la gente me mirara porque tenía un aspecto extraño. Tengo los ojos cerrados y la cabeza torcida”, recuerda, pero la resignación quedó atrás.
Ya no se tapa y tampoco se esconde. “Comencé a librarme”, dijo en diciembre pasado, cuando terminó su tratamiento. Lo hizo mirando a la cámara de la TV israelí con el ojo que le queda y su cabeza torcida. Sus cicatricies ya no le molestan, son el símbolo de su supervivencia.