Los socorristas voluntarios cuyo trabajo es esencial para rescatar a personas aisladas en el inundado estado brasileño de Rio Grande do Sul, se enfrentan a otro gran desafío: salvar a los animales atrapados por las aguas.
El rescate de “Caramelo”, un caballo que durante días estuvo parado sobre el techo de una construcción anegada, sensibilizó a toda la población. Las imágenes se volvieron virales.
En la zona del viejo Gasómetro de Porto Alegre, la capital del estado, se instaló uno de los principales puntos de salida de lanchas y desembarque de evacuados. Muchos llegan con animales bajo el brazo, envueltos en toallas. Algunos “bichinhos” (bichitos), como les llaman los brasileños, son traídos después de días mojados y sin alimento.
La mayoría vienen de Eldorado do Sul, una ciudad cercana completamente devastada por las aguas del desbordado río Guaíba, parte de la tragedia que ha dejado ya más de 130 muertos y más de dos millones de personas afectadas en esta región agrícola de Brasil.
A pocos metros, una estructura de tiendas de plástico crece cada día: es un “hospital de campaña” para recibir animales rescatados.
Allí reina un caos organizado: perros, gatos, conejos, gallinas, cerdos y también caballos que llegan completamente sedados para poder ser transportados, son sometidos a un proceso sistematizado de revisión, toma de fotografías que serán subidas a internet para tratar de dar con sus dueños, atención sanitaria y alimentación.
”Tenemos test rápidos. Si llegan con algún síntoma de enfermedad infectocontagiosa, los separamos (de los demás animales) para derivarlos a las clínicas y hospitales”, explica a la AFP la veterinaria Cintia Días da Costa, de 48 años, enfundada en ropa de lluvia.
Los animales, empapados, llegan a razón de decenas por hora en brazos de voluntarios que los envuelven en mantas térmicas cuando la situación lo exige.