“¡No hay platillo salvadoreño que se le compare a la pupusa!” Lo dice sin titubear Alberto Orellana, quien un lunes por la noche se dispone a cenar pupusas en un pequeño restaurante cercano a la capital salvadoreña. El resto de comensales lo respaldan como si sus palabras fuesen el resultado de un consenso nacional.
Las pupusas son para los salvadoreños como los tacos son para los mexicanos: un orgullo, y un gusto que no se puede negar ni aunque las personas estén a dieta.
Hecho a base de maíz, la pupusa se rellena de queso, frijoles o chicharrón de cerdo molido y se apelmaza formando una tortilla rellena que se cocina en aluminio o en barro. El ritual consiste en hacer de la masa un movimiento similar al aplauso mientras se les da una forma circular.
Como los tacos este platillo no tiene límites en su variedad, pues hay pupusas de pollo, carne, camarón o de chorizo… y para reducir calorías las manos salvadoreñas también las preparan de hojas de chipilín, papelillo, aguacate, zanahoria o jalapeño.
“No puedo ni explicar porqué la pupusa es única, pero lo es, y sé que muchos salvadoreños estarán de acuerdo conmigo. Se puede desayunar pupusas, almorzar pupusas y cenar pupusas. Celebrar con pupusas o simplemente comerlas un domingo. No hay excusa para negárseles”, comenta Orellana.