Marbin Joel López, es uno de los miles de hondureños con ganas de superación, pero su camino no ha sido fácil, ya que, debido a la falta de ingresos, la única opción que tuvo fue dedicarse a la recolección de basura para costear sus estudios universitarios.
En esta labor López conseguía muchos periódicos que luego mandaba a la casa donde su abuela paterna para leerlos, ese ejercicio despertó un hábito donde ya no solo periódicos leía, sino otros tipos de texto como libros y revistas.
En su secundaria, encontré un maestro que inspiraba mucho, decía «jóvenes todo lo que encuentren y tenga letras léanlo, si encuentran periódicos, libros, aunque sean deteriorados, porque cuando ustedes adquieran ese hábito se darán cuanta».
Debido a muchas circunstancias de la vida, tuve que migrar a la ciudad, pues sus padres son de escasos recursos y no estaban capacitados para ayudarle en sus estudios.
Comenzó una larga aventura, debido a la falta de ingresos la única opción que tenía fue dedicarse a la recolección de basura respaldado por un primo que dio la opción de recoger algunos residuos como botellas, hierro, papel entre otros. De la venta de esto pudo adquirir algunos cuantos lempiras para hacer el pasaje e ir a la universidad.
Se enfrentó a muchos riesgos, por ejemplo, la contaminación de la basura o el peligro de alguna bacteria. Además, las vivencias y malas miradas de ciudadanos que tal vez no era agradable por su trabajo.
Fue así que descubrió en la basura un universo de literatura entre libros desechados y cuadernos usados que luego los utilizaba para ir a la universidad, lápices de segunda mano, entre otros materiales didácticos.
La sed por estudiar hizo que no desmayara, a veces solo le tocaba ir con el pasaje, aunque no comiera, pues las ventas de estos materiales tienen pocas ganancias. En toda la carrera de periodismo, nunca utilizó un cuaderno nuevo, solo de segunda mano que salían de los basureros.
El ahora licenciado en periodismo nos confesó que veces le tocaba llorar silenciosamente, pero era parte de su proceso. Alguna que otra vez no tenía el pasaje completo y hasta llegó a comer de la basura impulsado por la necesidad del hambre.
Pero su afán por buscar el pan del saber nunca mermó, jamás doblegó o sacrificó su meta por el hambre, pues era más fuerte el hambre del saber que reconfortó su espíritu, que el que alimenta el cuerpo.
Ahora que recibió este título como símbolo de la meta que se prometió, está convencido que con esfuerzo y voluntad se pueden lograr las cosas.
Este reconocimiento se lo dedica a todos los niños de Honduras que igual que a él luchan por alcanzar sus metas. Se lo dedica a aquellos pequeños que van a la escuela, aunque tengan mucha hambre, aquellos niños que, aunque sus oportunidades son limitadas tienen una fuerza de voluntad enorme para seguir estudiando.
«Niños de Honduras, todavía hay esperanzas, no se rindan por favor».
