Con las manos entrelazadas y arropados por niños, parientes y gritos de júbilo, una pareja celebra su matrimonio en una escuela de Rafah, en el sur de la Franja de Gaza. Una unión que envía todo un mensaje a favor de la vida, en medio de la muerte y la guerra.
Afnan Yibril tiene 17 años y luce un vestido bordado blanco y rojo, y la cabeza coronada de flores. Su esposo Mustafa Shamlaj tiene 26 y va vestido de oscuro y pantalones vaqueros.
«Somos un pueblo que ama la vida, a pesar de la muerte, de los asesinatos y de la destrucción», afirma Mohamed Yibril, el padre de la novia, que lleva una camisa con los mismos colores que su hija.
Tal como da fe una pizarra verde con restos de tiza, la ceremonia se celebra en una escuela de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos, la Unrwa.
La pareja no imaginaba casarse en semejante marco, pero todo cambió cuando estalló la guerra el 7 de octubre, tras el ataque sorpresa lanzado aquel día por el movimiento islamista palestino Hamás en el sur de Israel.
Unas 1.140 personas, en su mayoría civiles de todas las edades pero también policías y militares, murieron en esos ataques, según un recuento de AFP en base a un balance israelí.
En represalia, Israel juró «aniquilar» a Hamás, que gobierna este empobrecido enclave costero, sometido además a asedio. Las operaciones israelíes causaron ya más de 23.800 muertos, en su mayoría civiles, y más de 60.000 heridos, según los datos facilitados por Hamás.
– Desplazados, «como todo el mundo» –
Cuando los primeros bombardeos alcanzaron la ciudad de Gaza, en el norte de la Franja, y antes de que las tropas israelíes lanzaran su invasión terrestre del 27 de octubre para combatir a Hamás y liberar a los rehenes, «recibimos la orden de evacuar nuestras casas», explica Ayman Shamlaj, un tío del novio.
«Como todo el mundo», recuerda, en un territorio en el que 1,9 millones de gazatíes, sobre una población total de 2,4 millones, tuvo que abandonar su hogar, de acuerdo con datos de la ONU.
Ayman Shamlaj decidió entonces instalarse en la zona de Rafah, fronteriza con Egipto, para huir de los combates entre el ejército israelí y Hamás.
«Nos instalamos en escuelas y en tiendas de campaña. La casa en la que debía vivir el novio fue destruida, y como la guerra continuaba, pensamos que era mejor que se casaran», añade Ayman Shamlaj.
«Los preparativos habituales de la boda no son posibles, y la ceremonia tradicional no puede celebrarse», apunta por su lado Mohamed Yibril, el padre de la novia.
No obstante, «sigue habiendo ropa disponible», aunque sea «escasa y cara», añade.
Su hija pudo así procurarse ropa, maquillaje y barra de labios. Y su rostro espléndido contrasta con la dureza de un cotidiano marcado por el hambre y las letrinas a compartir entre cientos de personas.
«Aquí estamos todos viviendo la misma tragedia», dice Ayman Shamlaj.
«Pero tenemos que seguir viviendo».
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