Para miles de familias migrantes que viven en el sistema de albergues de emergencia de la ciudad de Nueva York, este podría ser un Año Nuevo frío y sombrío. En pleno invierno, se les ha dicho que tienen que dejar su alojamiento, pero no hay garantías de que vayan a tener una cama en otro lugar.
La orden dictada en octubre por el alcalde, Eric Adams, limita la estancia de los migrantes sin hogar y sus familias en los albergues municipales a 60 días, una medida que según el demócrata era necesaria para aliviar el desbordado sistema ante la llegada de solicitantes de asilo desde la frontera sur del país.
La cuenta atrás está en marcha para personas como Karina Obando, una madre ecuatoriana de 38 años que tiene hasta el 5 de enero para dejar el antiguo hotel en el que se aloja con sus dos hijos pequeños.
Dónde va a vivir ahora es una incógnita. Después de esa fecha puede volver a solicitar su admisión en el sistema municipal de albergues, pero la reubicación podría no ser inmediata y podrían acabar en uno de los enormes refugios de tiendas de campaña lejos de la escuela de su hijo de 11 años.
“Le digo a mi hijo ‘Aprovecha’. Disfruta del hotel porque ahora mismo tenemos un techo”, afirmó Obando en español en el exterior de Row NYC, un imponente hotel de 1.300 habitaciones que la ciudad ha convertido en un refugio para migrantes en el corazón del distrito teatral. “Porque nos van a sacar de aquí y vamos a dormir en el tren o en la calle”.
Un puñado de ciudades de Estados Unidos que lidian con la llegada de migrantes sin hogar han impuesto sus propios límites a las estancias en albergues alegando distintos motivos, como el elevado costo de la medida, la falta de espacio y el deseo de presionar a los beneficiarios para que encuentren su propio alojamiento o abandonen la ciudad.
Chicago impuso un límite de 60 días el mes pasado y empezará a desalojar a la gente a principios de enero. En Massachusetts, la gobernadora demócrata, Maura Healey, ha limitado a 7.500 el número de familias de migrantes en refugios de emergencia.