¿Qué pasa en Catacamas? el nuevo kilómetro cero del narcotráfico y la muerte en Honduras

A Harby Rigoberto Vargas Sánchez lo regresaron a Honduras el último día de mayo de 2023. Las autoridades de Estados Unidos lo pusieron en un avión que salió de Filadelfia luego de que el hondureño cumplió parte de una sentencia por narcotráfico dictada por una corte de Florida. Cinco meses después de su llegada, Vargas estaba muerto: su cadáver apareció, junto a otro, dentro de un todoterreno blindado al que alguien había incendiado en la jurisdicción de Catacamas, en el oriente del país centroamericano.


Catacamas ha sido desde finales del siglo pasado uno de los cruces más importantes en el trasiego continental de cocaína procedente de Suramérica. Limítrofe con las sierras de Agalta y la cadena montañosa de Colón, es la última gran ciudad que se abre a las selvas de La Mosquitia y, de ahí, a la porosa frontera con Nicaragua. Durante años, la ciudad, una de las más grandes en el departamento de Olancho, ha sido gobernada por mafias políticas que conviven con clanes de narcotráfico, el más importante de los cuales es el clan de los Amador.
Antes de irse de Honduras, a finales de la década pasada, Harby Vargas, alias Tungo, era un operador del narcotráfico local en el oriente de hondureño. Como muchos otros había buscado ganar plaza en las vecindades de Olancho, incluida Catacamas, donde los Amador llevan la batuta.

En algún momento de 2019, antes de que estallara la pandemia, Tungo viajó a Colombia. En marzo de 2020 fue extraditado a Estados Unidos y arrestado cuando llegó al aeropuerto de Miami, donde enfrentó un juicio por cargos de conspirar para introducir al menos 6 kilos de cocaína en territorio estadounidense. Fue condenado el 3 de febrero de 2021 a 65 meses de prisión y enviado a cumplir pena en Ottisville, Nueva York.

El 24 de marzo de este año, agentes migratorios viajaron hasta la cárcel neoyorquina para informar al narco hondureño que sería deportado en los días siguientes. Lo trasladaron a Filadelfia, al sur, desde donde voló a San Pedro Sula. Pocos días después estaba en Catacamas. El atrevimiento le costó la vida.

Cinco meses después de que la anunciaron su deportación, un grupo de hombres armados interceptó la todoterreno blanca en la que Vargas Sánchez se conducía con otra persona por los caminos de Catacamas. Los atacantes abrieron fuego y luego quemaron el vehículo. Horas después, un grupo de pobladores de la zona, conocida como El Naranjal, al sur de Catacamas, encontraron el carro y los dos cadáveres. Exámenes forenses posteriores, a uno de los cuales Infobae tuvo acceso, revelaron que Vargas y su acompañante habían recibido cuatro impactos de bala cada uno. No está claro si les prendieron fuego antes o después de matarlos.

“Son ajustes de cuentas entre los grupos de narcotráfico de la zona. Estamos investigando”, dijo a Infobae un alto funcionario hondureño que habló desde el anonimato por no estar autorizado a hacer comentarios en público.

Este oficial, quien conoce de cerca las actividades del crimen organizado en Olancho, insiste en que el asesinato de Tungo y su acompañante están relacionados con los reacomodos de poder que se han sucedido en Catacamas y el nororiente hondureño desde que el clan de Los Amador sufrió golpes como arrestos y decomisos a mediados de la década pasada.

A pesar de esos golpes, la inteligencia del Ministerio Público de Honduras cree que Los Amador siguen estando entre los dos grupos de narcotráfico más importantes del país en la actualidad. El otro grupo es la banda conocida como Los Piningos, liderada por políticos y sicarios en Gracias a Dios, el departamento ubicado en el extremo nororiental de Honduras que es cruce de caminos donde se juntan las rutas de narcotráfico que llegan del Atlántico y la selvática frontera nicaragüense y salen por Olancho, territorio de Los Amador.

En los últimos años, sobre todo tras la caída de los grandes grupos tradicionales de narcotráfico a mediados de la década 2010, como Los Cachiros y Los Valle Valle, grupos que en sus momento fueron empleados de aquellos clanes o actores menores en el mapa del crimen organizado han tomado más protagonismo. Entre ellos están Los Amador. Las recomposiciones de poder marcadas por las salidas de uno y las llegadas de otros grupos a ese mapa han sido violentas. Esos reacomodos son los que están detrás de la violencia que hoy consume Catacamas, en Olancho, según las fuentes hondureñas consultadas.

Además del asesinato del narco Harby Rigoberto Vargas Sánchez, el Tungo, Catacamas ha visto, en 2023, al menos otras dos masacres y otros asesinatos individuales atribuidos a la violencia generada por los pleitos entre narcos. El incidente más reciente ocurrió el 27 de noviembre: Suyapa Medina, de 40 años, y su sobrina Kelin Borjas Medina, de 30, murieron acribilladas cuando salían de una iglesia.

Además de Medina y Borjas, al menos diez mujeres han sido asesinadas en Catacamas en los últimos tres meses según reportes de la policía local, la mayoría a balazos en eventos que, según las autoridades, tuvieron características de ejecuciones premeditadas.

Otra masacre ocurrió en marzo pasado: los cadáveres de cuatro jóvenes, cada uno con varios impactos de bala y dos de ellos con tiros de gracia, fueron encontrados en los bordes de la carretera que conduce a San Pedro de Catacamas, cerca de donde meses después alguien quemó el vehículo en el que viajaba El Tungo.

“Es la lucha de poder entre los carteles”, insiste un oficial de inteligencia que conoce sobre las actividades de los grupos narcotraficantes en la zona oriental de Honduras.

La última frontera

Quien entra por primera vez a Catacamas por la carretera que llega desde Juticalpa, la capital departamental de Olancho, sobre todo en día de feria, se encuentra con un lugar vibrante, moderno incluso. Un pequeño centro comercial lleno de restaurantes de comida rápida, boutiques, una armería y un supermercado grande dan la bienvenida. Más allá, hacia el centro de la ciudad, hoteles medianos, y los descampados donde se instala la feria ganadera durante las fiestas locales. En las afueras, casas grandes, como pequeñas haciendas, y varios restaurantes de carne, de buena carne, que hacen honor a la ganadería que ha sido durante años orgullo de la zona.

El dinero que alimenta la vida en Catacamas llega, la mayoría, de tres fuentes: la ganadería, la madera y el narcotráfico. Cuando se viaja hacia el norte, a los linderos de la sierra y desde ahí a los caminos que se adentran en las selvas de La Mosquitia y llegan hasta el Río Patuca, en las proximidades de la frontera con Nicaragua, se pasa por un aeródromo conocido como El Aguacate y por una ciudad maderera más pequeña, Dulce Nombre de Culmí.

El telón natural de estos caminos son las coníferas y, en menor medida, islotes del bosque original de maderas preciosas, como cedro y caoba, que ha ido desapareciendo para dar paso a los prados que alimentan la ganadería extensiva del lugar y las trochas e incluso carreteras por las que pasa buena parte de la cocaína que llega a las pistas aéreas oficiales y clandestinas esparcidas por la selva y las mesetas que rodean Catacamas. De aquí, la droga sale hacia el occidente del país hacia las rutas que unen el camino centroamericano que conecta con México.

De acuerdo con un informe que las autoridades hondureñas hicieron público antes de los asesinatos Harby Vargas Sánchez, el narco conocido como Tungo, y las dos mujeres acribilladas cuando salían de la iglesia, las ciudades esparcidas alrededor de la carretera nacional que atraviesa el departamento de Olancho están entre las más violentas de todo el país, desde Juticalpa, la capital, hasta Dulce Nombre de Culmí, en el borde de la sierra.

La banda de Los Amador ha dominado buena parte de esos lugares durante la mayor parte de la última década. Su zona de influencia se extiende desde Catacamas hasta las trochas y caminos que conectan con las pistas clandestinas a la que siguen llegando aeronaves cargadas de cocaína procedentes de Suramérica. Son los empleados de Los Amador quienes reciben la droga, la empaquetan y la mueven, encaletada en vehículos y camiones, por esos caminos, algunos de los cuales ellos mismos ayudaron a abrir ahí donde la selva era más densa.

Como ocurría en el occidente hondureño, al otro lado del país, la esquina nororiental ha estado dividida en feudos bien marcados. Clanes políticos, entre ellos el de las familias Wood y Paisano, han dominado el tráfico en La Mosquitia, sobre todo en los municipios de Puerto Lempira Brus Laguna; ahí, ellos son los que controlan el desembarco de la droga. Tras arrestos de algunos de sus líderes a finales de la década pasada, este clan se reconvirtió en una banda que dejó de tener características de grupo familiar a la que ahora la policía hondureña conoce como Los Piningos.