Marchas por Palestina convocadas en grandes áreas metropolitanas como Nueva York, Washington, Seattle y San Francisco, pero también en ciudades más pequeñas de EE UU, han amplificado este sábado el eco de las crecientes manifestaciones de oposición a Israel, pero también al cerrado apoyo de la Administración de Joe Biden a la ofensiva contra Gaza.
Con la de Washington como símbolo de una movilización que se pretendía nacional, las protestas se hacen eco de las multitudinarias demostraciones de apoyo a Palestina en capitales asiáticas y europeas, como las convocadas hoy mismo en Londres, Berlín, París, Ankara o Estambul.
Miles de manifestantes han marchado por las calles de Washington ondeando banderas palestinas, mientras coreaban eslóganes como “Biden, no puedes esconderte, has firmado el genocidio”, antes de congregarse en la Plaza de la Libertad, a pocos pasos de la Casa Blanca. Los oradores denunciaron el apoyo del presidente a Israel, acusándole de tener “las manos manchadas de sangre”.
Algunos juraron que no apoyarán la candidatura de Biden a la reelección el año que viene, ni las campañas de otros demócratas, calificándolos de liberales “de dos caras”. Otros manifestantes afeaban a los líderes de los derechos civiles que no condenen la muerte de mujeres y niños a causa de los bombardeos israelíes. Las autoridades sanitarias de Gaza han cifrado este sábado en 9.488 el número de palestinos muertos por Israel.
Aunque la mayoría de la opinión pública estadounidense simpatiza con Israel, la magnitud de las represalias contra Gaza ha espoleado a los manifestantes, mucho menos visibles y numerosos que los que han reclamado en las calles el derecho a defenderse de Israel.
Los muecines de las mezquitas del barrio de Bay Ridge, epicentro de la comunidad palestina en Nueva York, invitaban este viernes a participar en la marcha de Washington, el corazón del poder político del país, como avanzadilla nacional de una creciente respuesta -también por parte de legisladores demócratas- a la política exterior de la Administración demócrata.
Aunque el secretario de Estado, Anthony Blinken, ha reiterado el rechazo de su Administración a un alto el fuego, en línea con Israel, un creciente clamor ciudadano apoya cada vez más en EE. UU. un cese de las hostilidades. Grupos de judíos ocuparon hace dos semanas el Capitolio en Washington, así como la principal estación de tren de Nueva York, para presionar a la Casa Blanca.
Entre quienes denuncian la postura de la Administración de Biden está la congresista Rashida Tlaib, la primera representante de origen palestino en el Congreso, que ha acusado al presidente de apoyar un “genocidio” contra los palestinos y avisado de las probables repercusiones de ese respaldo en las elecciones de 2024. En un vídeo colgado en X (antes Twitter) a última hora de este viernes, la congresista demócrata de Míchigan ha reiterado a Biden su petición de un inmediato alto el fuego.
Que a Biden puede costarle caro su apoyo sin fisuras a Israel está fuera de toda duda. La comunidad de votantes demócratas árabo-musulmanes, como los del Estado de Míchigan -como Tlaib-, que fueron determinantes en su victoria en las urnas en 2020, reconsidera ahora su apoyo a la luz de la alineación con Israel. Y cualquier voto resultará crucial dentro de un año, cuando se celebren las elecciones a la presidencia. La popularidad del mandatario se abisma (42% de apoyos frente a un 57% de oposición, según encuestas publicadas esta semana), mientras los pronósticos arrojan un virtual empate en las urnas entre el candidato demócrata y el republicano (previsiblemente, y pese a todos sus frentes judiciales, Donald Trump).
De ahí que la presión de Washington por lograr “pausas humanitarias” sobre el terreno sea considerada por muchos estadounidenses de origen árabe y/o musulmán como un gesto para la galería. El colectivo constituye un reducido porcentaje de de la población del país, pero tienen una influencia acusada en Estados muy disputados como Míchigan, donde viven más de 200.000 votantes musulmanes registrados, de los cuales 146.000 acudieron a votar en 2020, según un análisis de Emgage, un grupo de presión político de musulmanes estadounidenses.
Biden ganó entonces por 155.000 votos de diferencia sobre Trump. En Nueva York los musulmanes son unos 700.000, y los palestinos, entre 7.000 y 9.000, según las distintas fuentes, pero el censo puede ser considerablemente mayor al registrarse muchos por su país de procedencia (de Israel, de Jordania, etcétera). El apoyo de este colectivo a Biden empezó a recular no solo por el mensaje que dirigió a la nación el tercer día de la guerra, considerado en Israel más sionista que el de otros muchos sionistas; también por decisiones como vetar en el Consejo de Seguridad de la ONU un primer intento de resolución, presentado por Brasil, para declarar “pausas humanitarias”, o por descalificar las cifras de muertos dadas por las autoridades de Gaza.
Pese a la escasísima cobertura de los grandes medios de comunicación -breves conexiones televisivas con la concentración de Washington, en el mejor de los casos-, las marchas de este sábado reflejan la constelación de causas y grupos que desde hace tiempo se han vinculado a la política palestina, incluidas organizaciones estudiantiles-muy activas en los campus-, sindicatos y campañas contra la guerra. En Washington, camiones de basura y vehículos policiales bloqueaban parte de Pennsylvania Avenue, a pocas manzanas de la Casa Blanca, mientras la cabeza de la manifestación arrancaba del Museo del Pueblo Palestino, a poco más de un kilómetro y medio de distancia, hasta la Plaza de la Libertad mientras el muecín llamaba a la oración de la tarde.