De los once que puso Ancelotti en Braga de salida y los tres que metió luego solo uno jugó como si el Clásico no existiera: Vinicius. No hay graduación de partidos para él como tampoco un límite de intentos. El brasileño produce gran parte de las endorfinas del Madrid.
Ante un Braga valiente pero muy permisivo atrás lanzó la escapada de un equipo superior pero ahorrativo, incapaz de disimular que su partido es el del sábado. Eso no evitó un nuevo gol de Bellingham, que a falta de excelencia mantuvo la eficiencia. Se marchó tocado. Falta por saber si se declarará el estado de alarma tras un choque en el que el Madrid puso pie y medio en los octavos.
En el proceloso mundo de los entrenadores, un clásico es obviar el Clásico en vísperas del partido preclásico. Lo dice cualquier manual de buenas prácticas, por si los futbolistas caen la tentación de que el partido importante se coma al urgente, más si es de Champions.
Así se explica la rotación moderada de Ancelotti en Braga: dos retoques en defensa, otros dos en el centro del campo y ninguno arriba, porque a Joselu, que estaba previsto, le atacó la gripe y le dejó fuera incluso del banquillo. Un equipo bajo el influjo de Modric, más Peter Pan para sí mismo que para el entrenador, indicativo de que no estará entre los once principales de Montjuïc.
Un once nuevo, pero afilado por donde siempre: Vinicius, un futbolista con un punto de sal que no tiene el resto. El Braga, que no ganará esta Champions pero tiene una valentía encomiable, había apretado al Madrid sin asfixiarle abriéndose mucho a las bandas y alejando al equipo blanco de su área. También lanzando drones en las cercanías de Kepa. Construido sobre una cantera de granito, este estadio está acostumbrado a que su equipo sepa picar piedra.