Vídeos grabados en la zona fronteriza entre Túnez y Libia muestran a migrantes africanos abandonados en el desierto por las autoridades tunecinas, sin agua ni comida. La investigadora Lauren Seibert, que trabaja para la organización de derechos humanos Human Rights Watch, estuvo en contacto con los afectados desde el principio y pudo comprobar su situación. «Esto va claramente en contra del derecho internacional», dijo la experta de HRW al medio alemán Der Spiegel.
Al parecer, lo que empezó con 20 afectados creció en el transcurso de los últimos días. Otras 100 personas fueron abandonadas en el desierto, luego más de 100 de nuevo, y el número aumentaba cada día. «Otros países de la región llevan mucho tiempo haciendo esto. Es muy preocupante que aparentemente Túnez se una ahora a esta táctica inhumana», afirma Seibert.
Túnez, otrora puerto seguro, hoy de persecución
La situación en Túnez lleva meses agravándose. Antaño, el país norteafricano era un puerto de escala popular para los refugiados, donde encontraban trabajo y un entorno relativamente tranquilo. Pero desde principios de año, la situación es cada vez más tensa. El presidente Kais Saied llamó la atención con comentarios racistas contra los migrantes, probablemente también para distraer la atención de la precaria situación del país.
Túnez atraviesa una profunda crisis económica. Saied está tomando medidas enérgicas contra los críticos del gobierno, ordenando detenerlos y prohibiendo manifestaciones, y su estilo de gobierno es cada vez más autoritario. Un chivo expiatorio como las mujeres migrantes viene muy bien.
Al final, un asesinato fue la gota que colmó el vaso. A principios de julio, un tunecino murió apuñalado en la ciudad de Sfax, presumiblemente por un migrante procedente del África subsahariana. Una noticia que caldeó los ánimos. Tunecinos lanzaron una verdadera cacería humana para golpear a migrantes africanos.
Miles de subsaharianos huyeron de la ciudad, muchos otros fueron recogidos por la policía y arrojados al desierto: «En Túnez se está gestando una tormenta perfecta», afirma Lauren Seibert, de Human Rights Watch.