Como “la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te ansía Dios mío”. Con esta sugerente imagen expresa el salmista su “hambre de Dios”, hambre que podemos saciar hoy en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que son nuestro alimento para la Vida plena. Al comulgar con el Cuerpo de Cristo, a la vez que saciamos nuestra hambre…la aumentamos.
Es decir, solo el encuentro con Cristo nos puede satisfacer plenamente y cuánto más cerca estamos, más deseamos permanecer en Él. En el libro del Deuteronomio hemos escuchado: “El Señor te afligió y te hizo pasar hambre, y después te alimentó con el maná”. Ese maná que sació el hambre del desierto se convirtió en un recuerdo (casi sacramental, podríamos decir), “del Dios que te liberó de la esclavitud de Egipto”.
En Honduras, afortunadamente, Jn 6, 51-58 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa casi no conocemos los desiertos, pero está apareciendo una gran franja de tierras con escasez de lluvias para sus cosechas, que llamamos “corredor seco”. Adaptando el lenguaje, diríamos que la Eucaristía viene a sostenernos en “el corredor seco” (desierto) de nuestras prisas y egoísmos. Deberíamos ser más sensibles a las apremiantes necesidades que este año están surgiendo en Honduras por causa de la sequía.
Hay una condición para recibir el cuerpo de Cristo: ser parte del cuerpo de Cristo. Y no es un juego de palabras, sino que solamente en el cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, es donde el pan ya no es pan, sino sacramento de Comunión y participación, conforme al mandato recibido. En la 1ª Carta a los Corintios, Pablo nos interpela: “el pan que partimos, ¿no nos hace compartir el cuerpo de Cristo? Porque al haber un solo pan, del que todos participamos, nosotros que somos muchos, formamos un solo cuerpo”. Y el sufrimiento de un miembro, lo es de todo el cuerpo. Por ello, comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no significa “huir del mundo”, sino al contrario, en llevar el mundo a Cristo.
Me explico: al comulgar Cristo habita en mí, y yo lo llevo a los hermanos con los que vivo. E inversamente, el cristiano, al acercarse a orar al Santísimo Sacramento, lleva con él las preocupaciones y las esperanzas de sus hermanos. La Comunión es necesariamente personal, pero jamás aislada ni adormecedora, sino eclesial. Santa Teresa de Calcuta y Santa Luisa de Marillac, por citar solo dos ejemplos, veían y adoraban a Jesús en la Sagrada Eucaristía de manera muy profunda, y por ello también lo veían y servían profundamente en los pobres y pequeños.
Cuántas cosas podríamos decir del valor y significado fundamental de la Eucaristía, pero en un mundo que olvida a Dios o lo trivializa, ¿cómo comerán si no tienen hambre? Para promover el “apetito eucarístico” no basta con mostrar el manjar, porque al satisfecho (o cree estarlo), nada le atrae. En cambio, el hambriento, camina y busca como saciarse. ¿Se trata por tanto de dar de comer, o mejor antes “hacer pasar hambre”, como hizo Dios con su pueblo? Suscitemos “hambre de Dios” y preparemos el banquete, ambas cosas necesita nuestro mundo.
“Venid aquí hambrientos, venid sedientos”, comed y bebed de las fuentes de la salvación, contenidas en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.