El Bayern Múnich resurgió de la nada, del fracaso al que apuntaba desde día antes, para sostener, de repente, su hegemonía irreductible de la Bundesliga, campeón por trigésimo segunda ocasión y, sobre todo, por undécima temporada seguida, cuando lo percibía improbable, cuando nadie creía en la derrota o el empate del Borussia Dortmund, ni siquiera en su victoria en Colonia, cuando Jamal Musila lo coronó de forma imprevisible al borde del final con un golazo cuando llevaba cinco minutos en el campo.
Todo ocurrió. En el Signal Iduna Park, en el territorio en el que el Borussia había ganado sus últimos once encuentros de forma ininterrumpida, con 13 triunfos en las 14 jornadas más recientes ante su público, el Mainz promovió, imprescindible, el ya inesperado título del conjunto de Thomas Tuchel, con un empate por 2-2 en Dortmund que circunscribió al Bayern a un simple triunfo que completó en el minuto 89 el internacional alemán, tras el 1-1 del Colonia en el 82 de penalti. Contra las cuertas, el Bayern sobrevivió.
Porque, en los últimos 90 minutos de la montaña rusa que ha sido la competencia por el liderato de la presente campaña de la Bundesliga, el Bayern fue campeón durante más de 85. No dependía de sí mismo. Ni siquiera le valía el empate. Tampoco el triunfo si no se producía la derrota del Borussia. No desistió en su empeño por muy compleja que aparentara el asunto. Al borde del minuto 8, con 0-0 en Dortmund, él ya ganaba por 0-1.
Un golazo de Kingsley Coman. El preciso contragolpe, surgido casi en su área, derivó en el costado izquierdo del extremo francés: acomodó el balón con su izquierda, encaró a su rival, dio dos toques con la derecha para abrir el espacio hacia el centro e inventó una parábola fuera del alcance del portero, por encima, al otro poste, con la diestra para trasladar toda la responsabilidad, todos los nervios, al Borussia Dortmund, que falló ante tales circunstancias.
Ya era campeón parcial entonces el Bayern, con el 0-0 en el otro terreno. Aún más, cuando, al cuarto de hora, se conoció el 0-1 del Mainz en el Signal Iduna Park. Y, aún más, cuando, tras un penalti fallado po Sebastian Haller para el Dortmund, llegó la noticia a Colonia del 0-2. El ruido era una señal inequívoca de que la fe original era ya entusiasmo, tan cerca como veía el título. O marcaba tres goles el Dortmund, o uno el Colonia… O era campeón.
Los minutos pasaban a su favor. Sin sobresaltos en su defensa, sin más noticias de Dortmund, con el 0-2 a su favor anulado a Leroy Sané por una mano en el transcurso de la jugada que definió después a la perfección dentro del área (la revisión del árbitro del monitor invalidó luego la acción), el Bayern entró y salió del vestuario al frente de la Bundesliga, a 45 minutos de repetir como campeón, a medio tiempo de salvar el curso.
Fuera de la Liga de Campeones en los cuartos de final, devorado por el poderoso Manchester City; eliminado por el Friburgo en esa misma ronda de la Copa de Alemania y ganador tan solo hasta el inicio de la última jornada de la Supercopa germana, allá por verano, aún con Julian Nagelsmann en su banquillo, no haber conquistado la Bundesliga habría agrandado la decepción (o el fiasco) hasta alturas impropias en este equipo, que decidió cambiar a su anterior técnico por Thomas Tuchel apenas el pasado 24 de marzo.
No habría sido tampoco la mejor forma de creer en un proyecto que va hasta 2025 (hasta entonces, ha firmado el técnico), que gana crédito y tiempo, mientras afronta una probable revisión en torno a su plantilla, pero como campeón de la Bundesliga. No sería lo mismo, ni mucho menos, de haber perdido la cima alemana, aunque la haya dominado toda la década.
En el filo del precipicio jugaba el Bayern, primero con ese mínimo 1-0 (el empate no le valía, aunque fuera derrotado el Dortmund), con alguna ocasión esporádica, con el paso de los minutos como el mejor síntoma para él, pero, a la vez, expuesto a un gol del Colonia que lo privara de todo, que lo dejara sin nada, como amenazó un testarazo de Selke y como solventó Sommer, que volvó para despejar a otro córner con una mano magnífica.
Aún quedaba media hora. Tuchel se desesperaba. El Bayern jugaba con fuego. No lo veía nada claro el técnico alemán, que sustituyó a Müller, dio entrada a Cancelo y reforzó su defensa para transformarla en una estructura más poblada de tres centrales y dos carrileros. Después, marcó el 1-2 el Dortmund, insistió el técnico con otros dos cambios (Choupo Moting por Coman y Goretzka por Gravenberch), saltaron los aspersores en un ataque local, otro córner fue rematado de nuevo por el Colonia… Y todo siguió en el aire.
El Bayern, con una oportunidad de Choupo Moting… Y en modo resistencia, destruida con un penalti por una mano de Gnabry, con el brazo demasiado abierto, con el VAR atento para dirigir adentro, a la pena máxima, lo que el árbitro había visto fuera. Dejan Ljubicic transformó la pena máxima en el minuto 80. Otro giro para la Bundesliga. Hasta que Musiala dictó sentencia. Entró en el 85, marcó en el 89. Un golazo para la undécima Bundesliga consecutiva. La más imprevista. Una fiesta sorpresa en Colonia.