El Real Madrid volvió a plantarse en cuartos de final de la Champions, su Champions, dejando en la cuneta a su gran adversario de los últimos años, a quien tiene tomada la medida.
Aunque no sea quien fue, el Liverpool dejó en si el aroma de los equipos grandes y orgullosos, los que no se entregan y exigen al rival la última gota de sudor hasta caer derrotados. Buscaron una proeza inédita, remontar tres goles a domicilio, en la Catedral de los imposibles, allí donde el Rey de Europa construyó su leyenda.
No hizo falta la épica. Bastó el talento de su centro del campo mítico, con Kroos al mando de las operaciones, para controlar y convencer a su rival de que no había nada que hacer. El alemán ordenó el partido, lo dominó para evitar sufrimiento hasta que Benzema selló el pase en el tramo final.
El resultado de la ida no debía desvirtuar el mejor cartel de Europa. Campeón y subcampeón midiéndose de nuevo en un rivalidad que les ha enfrentado en dos finales y una eliminatoria de cuartos en el último lustro. Dos equipos extraordinarios que se han hecho mejores mutuamente, dos clubes repletos de leyenda y dos aficiones distinguidas, como quedó patente en Anfield, cuando miles de seguidores reds permanecieron en sus asientos tras el 2-5 para ovacionar al conjunto que ha arruinado sus sueños una y otra vez.