La ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, lo había profetizado en su discurso de investidura a principios de enero: “Lula ganará el Nobel de la Paz”. Pero si para la defensora del medio ambiente el premio llegará cuando el presidente ponga a cero la tasa de deforestación en la Amazonia, a Lula parece interesarle ganarlo por su papel de negociador de paz y mediador de opuestos. En esto parece estar invirtiendo todos sus esfuerzos recientes en política exterior, empezando por la reunión que mantuvo ayer en Washington con el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Según el politólogo estadounidense Ian Bremmer, presidente de la consultora de riesgos Eurasia, Biden busca “una relación fuerte con el Brasil de Lula para recuperar su influencia en el hemisferio”, especialmente tras el fracaso de la Cúpula de las Américas en junio de 2022, donde la exclusión de Venezuela, Cuba y Nicaragua por parte de Washington provocó el boicot de varios países.
Lula, por su parte, no esperaba nada mejor, pero ese papel que la administración Biden necesita para fortalecerse en la región el presidente brasileño quiere construirlo a su manera. No es casualidad que llegó a Washington con la propuesta de crear “un club de la paz” que incluya a países como India y China para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania, club del que se propone ser el principal líder. Será un club “de gente que quiere construir la paz en el planeta”, dijo hace unos días, “un grupo que se siente a la mesa con Ucrania y Rusia para intentar alcanzar la paz”.
Después de todo, hace sólo unos días el Brasil de Lula había aceptado la invitación de Colombia y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) para participar como país garante en la nueva ronda de negociaciones de paz que se reanudará el 13 de febrero junto con Cuba, Venezuela y Noruega. “Es con satisfacción que el país vuelve a integrar el proceso fundamental para la consolidación de la paz en Colombia y consecuentemente para la región y el mundo”, anunció el Itamaraty, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, en un comunicado.
Sin embargo, la cuestión ucraniana es mucho más compleja y la propuesta de Lula parece olvidar que ya existe la organización de las Naciones Unidas, de la que Brasil es uno de los países fundadores, que reconoce ciertos derechos fundamentales y, en consecuencia, condena sus violaciones. En el caso de Ucrania, el estatuto reconoce una violación de la integridad territorial y de la soberanía por parte de Rusia. Hace unas semanas, Lula había justificado la negativa de su gobierno a la petición oficial del primer ministro alemán, Olaf Scholz, de visita oficial en Brasil, de enviar municiones desde Ucrania, diciendo que no quería “provocar a los rusos” y añadiendo a continuación que “Rusia ha cometido un craso error al invadir el territorio de otro país. Pero creo que cuando uno no quiere, ninguno de los dos discute”.
Incluso por estas ambiguas declaraciones la diplomacia estadounidense ante la idea del “club de la paz” había levantado la nariz antes de que Lula aterrizara en Washington. El ex embajador de EEUU en Brasil de 1994 a 1998, Melvyn Levitsky, había declarado hace unos días a la prensa brasileña que Washington “no criticará esta iniciativa”, pero “no hay interés en ver a Brasil involucrado en negociaciones o actividades diplomáticas” sobre esta cuestión. En el comunicado conjunto con Washington al término de la reunión con Biden, el “facilitador” de la paz, Lula, aceptó sin embargo condenar la invasión rusa de Ucrania.
Lula, por su parte, no esperaba nada mejor, pero ese papel que la administración Biden necesita para fortalecerse en la región el presidente brasileño quiere construirlo a su manera. No es casualidad que llegó a Washington con la propuesta de crear “un club de la paz” que incluya a países como India y China para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania, club del que se propone ser el principal líder. Será un club “de gente que quiere construir la paz en el planeta”, dijo hace unos días, “un grupo que se siente a la mesa con Ucrania y Rusia para intentar alcanzar la paz”.
Después de todo, hace sólo unos días el Brasil de Lula había aceptado la invitación de Colombia y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) para participar como país garante en la nueva ronda de negociaciones de paz que se reanudará el 13 de febrero junto con Cuba, Venezuela y Noruega. “Es con satisfacción que el país vuelve a integrar el proceso fundamental para la consolidación de la paz en Colombia y consecuentemente para la región y el mundo”, anunció el Itamaraty, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, en un comunicado.
Sin embargo, la cuestión ucraniana es mucho más compleja y la propuesta de Lula parece olvidar que ya existe la organización de las Naciones Unidas, de la que Brasil es uno de los países fundadores, que reconoce ciertos derechos fundamentales y, en consecuencia, condena sus violaciones. En el caso de Ucrania, el estatuto reconoce una violación de la integridad territorial y de la soberanía por parte de Rusia. Hace unas semanas, Lula había justificado la negativa de su gobierno a la petición oficial del primer ministro alemán, Olaf Scholz, de visita oficial en Brasil, de enviar municiones desde Ucrania, diciendo que no quería “provocar a los rusos” y añadiendo a continuación que “Rusia ha cometido un craso error al invadir el territorio de otro país. Pero creo que cuando uno no quiere, ninguno de los dos discute”.
Incluso por estas ambiguas declaraciones la diplomacia estadounidense ante la idea del “club de la paz” había levantado la nariz antes de que Lula aterrizara en Washington. El ex embajador de EEUU en Brasil de 1994 a 1998, Melvyn Levitsky, había declarado hace unos días a la prensa brasileña que Washington “no criticará esta iniciativa”, pero “no hay interés en ver a Brasil involucrado en negociaciones o actividades diplomáticas” sobre esta cuestión. En el comunicado conjunto con Washington al término de la reunión con Biden, el “facilitador” de la paz, Lula, aceptó sin embargo condenar la invasión rusa de Ucrania.