Si te encuentras en este grupo, es posible que todo lo que entrañan las fiestas —el ambiente festivo, los regalos, las reuniones familiares, la música empalagosa— lo vivas con hostilidad, y que tu paciencia se haya ido agotando con el transcurrir de las semanas. Esta hostilidad puede estar justificada por una pérdida reciente (lo que se conoce como el ‘síndrome de la silla vacía’). Pero quizá se deba simplemente a una sensibilidad diferente hacia un ambiente en el que es común sentirse bombardeado, como si pasarlo bien y disfrutar fuese obligatorio.
Este malestar puede manifestarse en ganas de llorar, sensación de inquietud, falta de energía o incluso irritabilidad. Quizá sintamos nostalgia por otras Navidades del pasado, cuando éramos niños o la mesa estaba al completo. Las Navidades, y mucho más en esta era postconfinamientos, son un caldo de cultivo perfecto para que el estrés, la nostalgia o la tristeza (o la combinación explosiva de los tres elementos) nos lleven por delante.
Estas son algunas recomendaciones básicas para sobrevivir a las fiestas:
- Antes que nada recordemos que en otros tiempos (que parecen muy lejanos) el solsticio de invierno se celebraba con el entendimiento de que es un periodo de descenso, de refugiarnos en nuestros hogares y en nosotros mismos, y de asimilar lo que ha sucedido en el año que llega a su fin.
- La cuestión es que esa sensación de perfección que transmiten nuestros contactos en las redes sociales y los medios de comunicación, que no se caracterizan precisamente por su realismo en ninguna época del año, estos días toman unas dimensiones alarmantes. Nos referimos a esas casas impecablemente decoradas, festines por doquier y la presión para encontrar el regalo perfecto. Todo ello contribuye a crear unas expectativas imposibles de alcanzar. Y puede que se nos olvide que, al fin y al cabo, lo más relevante es cómo nos relacionamos con las personas que tenemos al lado, algo que no tiene nada que ver con lo bien de decorada que esté la habitación. “Las expectativas siempre crean presión”, señala Cooper, “permitir a las navidades que sean estresantes, cuando realmente lo son, paradójicamente libera más energía que tratar de estar permanentemente tratando de vivir esa falsa alegría».
- Tu sistema nervioso se formó ahí dentro, en el seno de la familia, y por eso durante esas reuniones familiares suelen aparecer diferentes versiones de ti mismo –como adulto, niño o adolescente– que se entrelazan entre sí de formas no del todo coherentes. Si la idea de fallecer por combustión espontánea no te seduce, Cooper recomienda “experimentar lo que sea que te esté ocurriendo sin imponer grandes demandas sobre ti mismo o los demás”. Muchos familiares aprovecharán la cena de Navidad para recordar aquel episodio doloroso que tú ya has enterrado en tu memoria; se pondrán en marcha viejas rivalidades entre hermanos, o te harán esas preguntas incómodas que no tienes ningunas ganas de responder. Para no saltar a la primera de cambio hay que estar atento (atención aquí al consumo excesivo de alcohol). La vieja técnica de contar hasta diez cuando te enfrentas a uno de esos familiares que te pone de los nervios está más que probada, lo mismo que volver a la respiración y al cuerpo.
- El ejercicio es un poderosísimo antidepresivo natural. Y, sin embargo, en momentos de tensión y falta de tiempo —es decir, justo cuando más lo necesitamos— es frecuente que lo dejemos de lado. Que sean fiestas no tiene por qué significar carta blanca para todo. Quizá puedas ser algo más indulgente, pero ten en cuenta que, si bebes o comes de más, te sentirás peor.