Un dramático deterioro en la calidad de vida podrían sufrir quienes perdieron el olfato a causa del COVID -19, al extremo que cerca de la mitad manifiesta algún síntoma asociado a cuadros depresivos. Así lo plantea un reciente estudio, encabezado por la doctora en neurociencia de la Universidad de Maryland y profesora de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, Alexia Núñez.
Por su parte, la presidenta de esta institución y académica de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, María Cecilia Hidalgo, subrayó la relevancia de esta investigación, que “nos permite ver una faceta menos estudiada de la pandemia, pues para algunas personas que han sufrido la pérdida irreversible del sentido del olfato esto ha sido una tragedia. Poner esto en evidencia nos permite tener nuevos antecedentes respecto del funcionamiento del organismo humano y puede ayudar a encontrar formas de aliviar esta pérdida en quienes la han sufrido de forma reversible”.
La doctora Núñez señaló que cerca del 80% de las personas que pierden el olfato a causa del COVID-19 lo recuperan en un período de 1 a 3 meses. El resto lo recobra más tardíamente e incluso hay un 5% con pérdida más persistente, que a la fecha de los estudios aún no se ha recuperado. Además, algunos que vuelven a tenerlo, lo recobran con una distorsión que les lleva a percibir olores desagradables, sin que estos se presenten efectivamente en la realidad. “Cualquier activación sensorial olfatoria les hace oler a algo repugnante. A podrido, a plástico fundido, gasolina y cosas así. Entonces, ya no se trata solo de no tener olfato sino estar todo el día oliendo cosas que provocan rechazo, una condición que se conoce como parosmia”, explica la investigadora.
Debido a los trastornos olfatorios, subraya, muchas veces quienes se encuentran en esta condición, “entran en depresión, tienden al aislamiento social. Puede provocar anorexia o bulimia. La persona puede comer obsesivamente para tratar de sentir algo o prácticamente no comer, porque no siente nada. Se aíslan socialmente y se distancian de sus parejas, porque la relación íntima también depende en parte del sistema olfatorio. Toda esa situación conlleva finalmente a depresión. No es que específicamente la pérdida del olfato genere la depresión, pero sí puede desencadenar una serie de eventos que lleven a eso”.
Su teoría, que espera demostrar en el laboratorio, es que ciertos trastornos sociales y cognitivos que presentan los mamíferos, incluidos los humanos, pueden ser consecuencia de alteraciones sensoriales, y no al revés, como se suele dar por establecido. En esta línea, espera que ello pueda llevar a terapias que intercedan y modifiquen los procesos en beneficio de quienes sufren las consecuencias de estas anomalías.