Las desigualdades sociales no son inocuas, dejan marcas en las generaciones actuales y en las venideras y tienen un impacto directo en la salud pública de las sociedades. Tampoco lo son la desnutrición, la automedicación, el exceso de alcohol o el consumo de estupefacientes.
Todas estas condiciones se meten “debajo de la piel” de las personas vulnerables, quienes se convertirán de manera inexorable en futuros pacientes, con sus organismos cargados de déficits nutricionales, de las consecuencias del sedentarismo y de enfermedades asociadas, que conformarán la genética de esas poblaciones pobres y vulnerables. Este combo impulsa el cambio del paradigma en torno de la mirada de la medicina.
El paper publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos (PNAS) —una de las más prestigiosas del mundo por su restrictivo criterio para seleccionar estudios de máximo nivel científico— planteó que las personas queviven o crecen en condiciones de vulnerabilidad expresan una cierta genética que las predispone a enfermedades transmisibles, no transmisibles y crónicas, en lo que se conoce como epigenética o se podría interpretar como una suerte de genética de la pobreza.