En medio del escándalo político descrito anteriormente, producto de la vulgar riña por un negocio asqueante, se produjo otro hecho que conmovió las fibras más profundas del pueblo hondureño. Nos referimos al robo de la estatuilla que representa a la Virgen de Suyapa, ocurrido en la madrugada del 2 de septiembre de 1986. Individuos sin escrúpulos, pensando que podían tener un alto provecho con los ornamentos de la imagen, violentaron la entrada del viejo Santuario e hicieron lo mismo con el retablo del Altar Mayor.
La increíble acción fue descubierta a las 6:00 a. m. del mismo día, cuando el personal encargado del templo fue a disponerlo para los servicios religiosos de la mañana. Pocos minutos después se presentaron varios agentes de la Dirección Nacional de Investigaciones (DIN) en el sitio para tomar huellas dactilares y otras evidencias que pudieran conducir a la captura de los cleptómanos. También llegó el juez Primero de Letras de lo Criminal, Rafael Medina Irías, con el mismo propósito.
El pueblo hondureño se enteró del inaudito hecho a través de los noticiarios matutinos. Como era de esperarse, la información paralizó a la gran mayoría de los connacionales, seguidores del catolicismo y, por tanto, devotos de la Virgencita de Suyapa. Al llamado que lanzó el Arzobispo Héctor Enrique Santos para que «todos los fieles hijos de la Virgen rezaran con fervor a fin de lograr su retorno a casa», centenares de personas se dirigieron a pie hacia la basílica dispuestos a cumplir su solicitud.
Muchos de estos fieles hacían el viaje musitando sus plegarias y no eran pocos los que lloraban con profundo dolor, tanto o más que si la desaparecida fuera un miembro muy cercano de la familia. Una anciana viuda, doña Amelia Morales, exclamó con fuerza y transida de angustia: «¡Nos hemos quedado solos!» «¡Nos hemos quedado solos!». Quienes la rodeaban repitieron de inmediato esta expresión acongojada, por lo que el camino hacia la basílica de Suyapa se volvió un lamento multitudinario. Muchos ancianos hondureños recordaron, en su gran pena, que no era la primera vez que la Virgen de Suyapa sufría un asalto en su retablo.
La primera de ellas ocurrió entre 5:00 y 6:00 a. m. del domingo 17 de abril de 1936 o sea 50 años atrás, de cuyo suceso publicó una notable crónica «La Época», el único diario que permitía el régimen político de entonces. Pero el hurto de aquella fecha no tuvo como móvil fundir los adornos metálicos que rodeaban a la imagen para hacer con ellos vulgares monedas. El motivo fue entonces un acto inconsciente de amor. ¿Porqué era inconsciente? Porque la persona que sustrajo la imagen era una enferma mental que, al rezarle ese domingo a la Inmaculada, escuchó de ella el pedido de «llevarla a pasear porque nadie la extraía de la caja transparente donde la metieron».
La susodicha persona, era, pues, una mujer y se llamaba Dolores Chávez, conocida como «La Loca Lola» en el barrio de Comayagüela donde residía. Se supo que fue ella, porque, ya de regreso a Tegucigalpa, como a las 7:00 a. m., encontró varias señoras que iban para Suyapa a encenderle velas a la Virgen. A esas damas les dijo «La Loca Lola»: «Regresen a encenderlas en mi casa porque aquí llevo a mi TÍA». Al llegar al Santuario dichas señoras y enterarse de que la Virgen había desaparecido, recordaron las palabras de Dolores y las repitieron ante los sacerdotes, quienes muy bien conocían a la devota demente.
Tomado del libro «Evolución Histórica de Honduras», de Longino Becerra. Editorial Baktun (2009).