El conjunto de los textos de la Biblia forma un mensaje verdadero, solemne y maravilloso a la vez, cuya grandeza es perceptible en cada página. Pero no basta con admitir su valor universal. ¡Debo reconocer que ese mensaje se dirige a mí personalmente!
El hombre es responsable y está perdido, lejos de Dios. Tarde o temprano tendrá que rendirle cuentas de la vida que recibió de él. ¡Qué terrible situación! Pero Dios, quien es soberano (no tiene que rendir cuentas a nadie), ama a su criatura y quiere su felicidad. Su mensaje, preciso y claro, no nos deja hambrientos ni desanimados. En efecto:
– Dios es tan grande que no puede esperar nada del hombre; y el hombre es tan pequeño que no puede llegar a Dios mediante sus propios esfuerzos.
– Dios es santo, no puede soportar el más mínimo mal. El hombre está ligado al mal y no puede hacer nada para salvarse a sí mismo. Entonces Dios hizo todo para salvar al hombre perdido, ¡hasta sacrificar a su Hijo! Dios quiere reconciliar al ser humano con él, no solo para el futuro (después de la muerte), sino desde ahora, para que pueda captar el verdadero sentido de su vida y vivirla con la fuerza de Dios. Cada uno debe, pues, decidir:
– Rendirse ante Dios, creer en el medio que él nos dio para nacer de nuevo, comprender nuestro destino y, a partir de entonces, vivir una vida que valga la pena ser vivida.
– O no creer, creer “a medias” o solo imitar, y permanecer perdido, sin certezas y sin paz.(continuará el próximo lunes)
1 Crónicas 29 – Lucas 22:1-23 – Salmo 95:1-5 – Proverbios 21:17-18