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viernes, 29 marzo 2024
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Desesperación e incertidumbre invaden a migrantes tras aventurarse a ingresar a EEUU

El flujo de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos está desbordado. Hoy en día más del 30 por ciento de las detenciones que realiza la Patrulla Fronteriza en todo el país se realizan en la zona de McAllen, donde hay miles de nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos y hondureños, y de otras nacionalidades.

Precisamente por eso, la Fuerza de Tarea de Atención al Migrante, encabezada por la primera dama, Ana García de Hernández, visitó el centro de procesamiento de Donna, donde todos los días llegan no menos de 2.800 personas que buscan pasar hacia Estados Unidos.

De igual manera, hizo un recorrido por los bajos del puente Anzalduas, donde se filtran las necesidades de los migrantes antes de ser deportados a México o a sus países de origen, o de confirmar su traslado a un albergue.

Para el caso, en el centro de Donna se recibe a los migrantes, se les brinda alimento, aseo de ropa, se les entrega ropa nueva y se les ofrecen servicios de salud, una vez que fueron remitidos de algún centro de detención.

En la actualidad, el centro alberga a más de 4.000 personas de varias nacionalidades, grupos familiares y niños no acompañados.

En Donna se permite que los migrantes puedan contactar a sus familiares y pueden permanecer en el centro hasta 72 horas, antes de ser liberados según las situación migratoria de la persona.

«Dígale a mi mamá que estoy bien…»

Allí, entre los cientos de jóvenes y niños se encontraba Bryan Misael Membreño, de 17 años de edad, originario de la aldea Cedrales, de La Unión (Lempira).

Estaba a la espera de poder contactar a su tío, para saber si éste confirmaba que le va a recibir en Estados Unidos.

Su rostro cambió de manera dramática cuando se le pidió un número de teléfono, para confirmarle a su familia que está bien.

«Dígale a mi mamá que estoy bien. Quizá cansado, pero tengo la esperanza de pasar», dijo con cierto rubor y una mirada de congoja, casi escondida detrás de una mascarilla de protección ante la covid-19.

Empero, lo que para Bryan fue un cierto alivio, para otros cientos de niños y adolescentes, de diferentes países, era un suplicio.

Dolor por todos lados

En el centro de procesamiento de Donna dan ganas de llorar. Hay muchos niños aguardando noticias de sus familiares. Incluso hubo un chiquillo de 11 años y de nombre Maiquín Hernández, residente en la colonia 3 de Mayo de Comayagüela, que dijo no recordar cuándo había llegado «porque aquí no se sabe cuándo es de día o de noche».

Maiquín estaba en un ala del centro de procesamiento de Donna, sin saber nada de su hermanita y sus padres. Sin embargo, cuatro horas después, apareció en el albergue de Caridades Católicas, buscando contactar a su tío, para proseguir con el viaje.

A un lado del centro hay de 30 a 40 niños, en otro de 40 a 50, y si se da una vuelta de 180 grados también se verá otra cantidad de niños y adolescentes, algunos arropados con mantas espaciales (space blankets) que sirven para aminorar el frío o el calor.

A cualquier lado que se dirija la mirada, se encuentran rostros preocupados, desencajados, llorosos, y algunos hasta sumidos en desesperación.

Hay tanta incertidumbre en las salas, que algunos niños o jóvenes rompen en llanto cuando recuerdan lo que dejaron atrás o que perdieron los números de teléfono para contactar a sus familiares.

Un niño guatemalteco de 10 años, bañado en lágrimas, clamó por ayuda a la Fuerza de Tarea hondureña; otro, mexicano de unos 17 años, también se quebró en llanto porque dijo que no quería hacer el viaje y se arrepentía de haber salido de su hogar.

Por todos lados, dolor, dolor y más dolor.

Patrulla Fronteriza promete buen trato

Luego, la Fuerza de Tarea se reunió con el subjefe de la Patrulla Fronteriza, Joel Martínez, quien expuso algunas cifras sobre el movimiento inusual de migrantes que se ha observado en los últimos meses.

Martínez, con la voz entrecortada, le expresó a la primera dama que su primera misión es mantener seguro el país, Estados Unidos, pero luego aceptó que también es padre e hijo, y él y sus compañeros hacen todos los esfuerzos para tratar de la mejor manera posible a los niños y demás migrantes que llegan día a día.

«Tiene mi palabra que haremos lo que esté a nuestro alcance para tratar de manera inmejorable a los migrantes», dijo Martínez a la primera dama.

Clima infernal, en un filtro improvisado

Después, la Fuerza de Tarea se desplazó a los bajos del puente Anzalduas, que está contiguo al río Grande, y muy cercano a una parte del muro fronterizo.

Por el puente Anzalduas todos los días arriban no menos de 1.000 migrantes de diferentes nacionalidades, y hasta los bajos de la instalación llegó la Fuerza de Tarea encabezada por la primera dama, Ana García de Hernández, para constatar la situación migratoria de familias hondureñas que buscan pasar a Estados Unidos.

En Anzalduas el predio improvisado funciona como un filtro para definir quiénes regresan a México, los que pasan a centros como Donna o a albergues dentro de Estados Unidos.

También es uno de los lugares a los que generalmente llegan los migrantes y se entregan a las autoridades para intentar pasar a Estados Unidos, porque hicieron el triste viaje con niños en brazos.

A la par del puente está el río Bravo, por el que a diario también pasan miles de migrantes y por el que generalmente arriban grupos familiares integrados por padres e hijos que viajan casi hasta por un mes, si llegan con procedencia de Centroamérica.

Es tal el flujo migratorio en estos días, que una gran parte de la sombra que produce el puente Anzalduas es utilizada como centro temporal donde los migrantes deben responder a una serie de preguntas que les realizan los miembros de la Patrulla Fronteriza para definir a qué lugar serán trasladados.

Allan y Danny siguen optimistas

En un tramo de la sombra del puente, improvisada como centro de clasificación, Allan Juárez, de Catacamas, recogía desechos para mantener limpio el lugar y era uno de los migrantes que estaban en los bajos del puente con su esposa y dos hijos.

Dijo que tuvo que pagar 12.500 dólares para viajar hasta la frontera y que decidió emprender el viaje en busca del sueño americano por la necesidad de establecerse de manera formal con su grupo familiar.

Viajó durante 22 días y llegó al puente Anzalduas el domingo pasado en horas de la noche, y aseguró que no quería arriesgar a su familia, pero lo hizo por la necesidad de querer obtener mejores ingresos para sus hijos.

Igual allí estaba Danny Noé Lara, de 26 años, con su hijo de un año y cuatro meses en brazos, que buscaba pasar a Estados Unidos para reunirse con su padre.

Danny tardó 28 días para llegar hasta Anzalduas y dijo que tiene la esperanza de poder pasar para proseguir su viaje hasta Filadelfia, donde le espera su padre, y así ofrecerle un mejor futuro a su hijo.

«Es un viaje muy arriesgado, la verdad es que no vuelvo a intentarlo, ha sido duro, pero espero que nos dejen pasar», dijo mientras sostenía en sus brazos al pequeño que mostraba una gran cantidad de picaduras de zancudos en su cuerpo.

En toda la zona del puente Anzalduas hay botones de pánico, que sirven para que los migrantes que hicieron el viaje, si se encuentran perdidos, puedan llamar y ser asistidos por equipos de rescate de la patrulla fronteriza o por el 911.

Y lo peor, el clima es tan agobiante como estar en un día caluroso en San Lorenzo o Nacaome, con la diferencia de que a 31 grados la temperatura es insoportable, porque no hay vientos y la humedad convierte el valle en un inmenso sauna.

Luego la Fuerza de Tarea visitó la ribera del río Grande, fronterizo entre Estados Unidos y México, por el que se encuentran diferentes rutas de acceso al puente Anzalduas o a las vías que llevan a McAllen, hasta concluir la jornada con recorridos por los albergues de SWK Casa Oasis y Caridades Católicas.



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