Esta noticia seguro lo hará sentirse viejo: la luna se está oxidando.
Es en serio.
A principios de este mes, investigadores publicaron evidencia de hematita en las latitudes más altas de la luna, y la hematita, o Fe2O3, es un óxido férrico que se vuelve rojo cuando comienza a oxidarse. La hematita da ese color rosáceo a la superficie de Marte. Pero el tinte rojizo de la superficie marciana no plantea ningún misterio: los astrofísicos creen que alguna vez hubo agua en Marte (y podría haber aún hoy… o no).
Para la luna es diferente. ¿Por qué habría óxido en la superficie lunar? Sabemos que hay trazas de agua y sabemos que hay mucho hierro, pero ¿de dónde viene el oxígeno? ¿Y por qué el óxido está acumulado en el lado de la luna que nos da la cara, es decir, el lado donde no hay agua?
A los fanáticos de la ciencia ficción les encantaría que la respuesta fuera que una expedición alienígena ha estado allí estudiando al planeta Tierra y está comenzando a dejar rastros. La explicación probable es más prosaica, pero de ninguna manera menos impresionante: el oxígeno proviene de nosotros.
El impacto de los desechos espaciales libera moléculas de agua profundamente enterradas y, durante cientos de miles de milenios, fragmentos de la atmósfera de la tierra han llegado a la superficie lunar, a casi 386.000 kilómetros de distancia.
¿Cómo se puede estar oxidando la luna?
Por lo general, la luna, como el resto del sistema solar, está llena de viento solar. Pero durante cinco días de cada órbita lunar, la tierra protege a la luna del viento solar. En 2017, investigadores que estudiaban las observaciones de la nave espacial Kaguya de Japón anunciaron que durante los períodos en que la tierra protegía a la luna, se evidenciaba una alta concentración de iones de oxígeno en el suelo lunar. La respuesta más simple es: un efecto de “viento terrestre”, en el que la actividad solar elimina pequeñas partículas de la atmósfera, muchas de las cuales golpean la superficie lunar. Los investigadores sugieren que esta transferencia de iones, incluido el oxígeno biogénico, podría llevar ocurriendo más de 2.000 millones de años. Es una hipótesis realmente emocionante. Der ser cierta, significaría que al estudiar la corteza lunar, podríamos mapear mejor la historia física y biológica de nuestro propio planeta.
La luna es el satélite más grande del sistema solar en relación con el volumen del planeta que rodea —lo suficientemente grande como para calificar como planeta. No es de extrañar que los seres humanos hayan pasado tanto tiempo de la historia decididos a alcanzarla. Sin embargo, mucho antes de la carrera de la Guerra Fría para ver quién podía llegar primero, la luna ya nos fascinaba. Como Bernd Brunner nos recuerda en su volumen de 2010 “Moon: A Brief History” (La luna: una breve historia), desde los albores de la civilización los seres humanos han mirado con fascinación al visitante resplandeciente en el cielo nocturno. La invención del tiempo, como algo medible, podría tener algo que ver con las apariciones de la luna. Lucia, escritor sirio del siglo II, imaginó seres humanos que ya vivían allí. La noción persistió. Cuantas más culturas descubrían los exploradores europeos, Occidente creía que la luna debía estar habitada. Incluso una vez que supimos que nuestra vecina era infértil, el deseo de llegar a ella produjo una gran parte de la ciencia del siglo XX. 0:13 2:42 ¿Fabricar el olor de la Luna? La alocada apuesta de un «escultor de aromas» francés
Los científicos nunca han dejado de estudiar la luna, aunque hoy en día sus sorprendentes descubrimientos tienden a ser desplazados por titulares vinculados a la tierra. Hemos sabido sobre el agua desde que se encontraron pruebas en rocas lunares traídas por los astronautas del Apolo. Los experimentos llevados a cabo en la nave espacial india Chandrayaan-1 en 2008 hallaron señales en las regiones polares de propiedades de absorción consistentes con las moléculas que contienen agua.
Pero hay una brecha considerable entre las moléculas de agua perdida y suficientes iones de oxígeno para causar óxido visible. ¿La teoría del “viento terrestre” parece lo suficientemente plausible como para explicar el fenómeno? Quizás sea mejor decir que el óxido en la luna es un recordatorio de cuánto aún no sabemos sobre nuestra vecina más cercana. Después de todo, el año pasado, astrónomos encontraron una “masa” inexplicable del tamaño de Hawái debajo de la superficie en el lado oscuro.
Lástima que no podamos dar una vuelta rápida para echar un vistazo. Resulta que no vivimos en el futuro cálidamente optimista imaginado por Stanley Kubrick en su obra maestra “2001: A Space Odyssey” (2001: Una odisea del espacio). En la película, EE.UU. y una URSS aún existente han colonizado la luna juntos, y viajar a la luna es tan fácil como cruzar la calle, o, más bien, tan fácil como subirse al transbordador espacial Pan Am para un vuelo rápido, con una parada en el camino en una estación espacial, donde puede tomar una copa con amigos en el salón del hotel.
Por desgracia, nunca llegamos allí, y vamos en sentido contrario. Ahora miramos hacia abajo y hacia adentro, adoptando cada vez más la percepción de que la exploración del cosmos, incluso el espacio cercano a la tierra, es un lujo que ya no podemos permitirnos. Lo más probable es que los próximos seres humanos que pisen la superficie lunar sean enviados por compañías privadas que discuten sobre quién explotará los abundantes recursos minerales de la luna. Un paso inevitable, tal vez, pero difícilmente una maravilla o inspiración.
Durante mucho tiempo he argumentado que cuando quitamos los ojos del cielo, abandonamos algo que una vez nos impresionaba e inspiraba, una experiencia que nos llenaba de asombro infantil. Una luna oxidada no restaurará nuestro asombro perdido. Pero si la inquietud nos distrae durante algunos minutos, al menos la distracción nos lleva a reflexionar sobre nuestro lugar en un universo mucho más grande.