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Estos son los riesgos de lanzar una vacuna antes de tiempo

Expertos alertan del peligro de precipitar el lanzamiento de una vacuna contra el coronavirus

Expertos alertan del peligro de precipitar el lanzamiento de una vacuna. (Imagen: Pexels)

La pandemia de coronavirus ha suscitado una carrera internacional para conseguir una vacuna efectiva. Sin embargo, los expertos advierten que apresurar la implementación de una vacuna sin haber hecho los estudios y ajustes necesarios puede acarrear enormes riesgos.

Las vacunas son uno de los inventos médicos más confiables y eficientes que existen gracias a que siguen protocolos estrictos y rigurosos que permiten llevar al mínimo el número de incidentes de peligro entre millones de casos.

Para muestra, un reciente estudio israelí publicado en la revista Annals of Internal Medicine siguió durante 20 años el historial de cambios en la producción de vacunas. Encontraron que una vez aprobadas, las vacunas solían presentar cambios mínimos derivados de incidentes en su aplicación. Es decir: una vez que estas se aprueban, suelen ser seguras para millones de personas sin que se presente un solo caso adverso.

¿Pero qué pasa si no se hacen los tests necesarios antes de lanzar la vacuna? Para los científicos, lanzar precipitadamente una vacuna no es muy distinto de vender un automóvil sin cinturones de seguridad. Por desgracia, las implicaciones políticas y económicas de la pandemia no han jugado a favor del desarrollo más seguro posible de una vacuna en contra del coronavirus.

Los expertos ponen como ejemplo el anuncio de la vacuna rusa Sputnik V, que fue promocionada por Vladimir Putin como un invento consumado cuando la OMS aún no tenía registro de que esta vacuna hubiera pasado por la fase 2 de las 3 fases indispensables para aprobar una vacuna así.

Cuando la Sputnik V fue anunciada, el virólogo estadounidense Florian Krammer describió en un tuit la cautela de muchos científicos de su ramo:

“No estoy seguro de en qué anda Rusia, pero ciertamente no me pondría una vacuna que no ha sido probada en Fase 3. Nadie sabe si es segura o si funciona.”

Sin embargo, no solo en Rusia la prisa y el afán de soluciones rápidas podrían influir negativamente en el desarrollo de la vacuna contra el COVID-19. En Estados Unidos, un integrante de la FDA, Steven Hahn, declaró que su organización podría otorgar una autorización de emergencia para que una vacuna sea lanzada antes de que se acaben los ensayos clínicos.

Estas autizaciones no son, en rigor, extraordinarias. Un permiso así permitió que se probara recientemente si la hidroxicloroquina podía combatir el COVID-19; y cuando la evidencia científica demostró que el medicamento no tenía efectos favorables, el permiso fue retirado.Una vacuna sin pruebas suficientes, riesgo para la salud

Las vacunas son un invento en extremo seguro si cumple protocolos. (Imagen: Pexels)

Sin embargo, los riesgos de lanzar una vacuna sin los protocolos necesarios implican riesgos de otra índole. Para muestra está el caso del llamado “incidente Cutter”, uno de los momentos más bochornosos de la medicina estadounidense.

Estados Unidos había lanzado su vacuna contra la poliomelitis. Creada por Jonas Salk, esta vacuna representó un avance enorme y fue recibida como un hito de la medicina. Aunque la vacuna Salk benefició a millones de personas, el error de un laboratorio esombreció su legado por un tiempo.

En 1955, el laboratorio Cutter cometió un error letal en la fabricación de un lote de 120 mil vacunas contra la poliomielitis. En lugar de usar virus muertos (característica que distinguió a esa vacuna), accidentalmente permitieron que la vacuna contuviera virus vivos.

Como consecuencia de la aplicación de 120 mil vacunas deficientes, 40 mil niños experimentaron algún grado de debilidad muscular. Peor aún: en 51 casos, los niños sufrieron parálisis en el mismo brazo donde se puso la inyección. 5 niños fallecieron tras contraer la enfermedad que se buscaba prevenir.

Cuando no hay protocolos, aun una vacuna inocua puede representar riesgos. Esto pasó con la amenaza de la influenza porcina en los setenta que propició una apresurada campaña de vacunas con consecuencias aún peores que el virus que se intentaba conbatir.

En 1976 hubo un brote del virus AH1N1 en una base militar de Nueva Jersey. Con justa razón, se consideró que el virus representaba un potencial peligro. El diagnóstico de las autoridades estadounidenses fue acertado, no así la resolución.

El presidente Ford recibió una presión excesiva; el alarmismo indicó que se acercaba una pandemia “peor que la influenza española” y en respuesta se lanzó apresuradamente una vacuna cuya mayor consecuencia no fue la protección contra el virus sino el aumento de casos del síndrome de Guillain-Barré.

Este incidente demostró que, aún si hay motivos para temer de un virus, apresurar un medicamento puede ser contraproducente. Décadas más tarde, en 2009, ese mismo virus demostró que sí era un riesgo; la pandemia mundial de AH1N1 cobró, según estimaciones, entre 150 mil y medio millón de vidas. Pero en el caso del brote de 1976 padecieron más personas por la precipitada reacción gubernamental que por los contagios.

Son estos dos casos los que ahora se esgrimen para que los países y las farmacéuticas no se apresuren indebidamente en el lanzamiento de una vacuna sin contar con todas las pruebas necesarias.



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