Durante 11 años y hasta que estalló la crisis del coronavirus, Germán Amaya trabajó en el lujoso hotel Fontainebleau de Miami. Pero la pandemia le hizo perder el trabajo, por tanto su seguro médico y, finalmente, la vida.
Amaya murió en un hospital de Florida, en el sureste de Estados Unidos, luego de varias semanas de batalla contra la COVID-19, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus.
El salvadoreño de 55 años dejó una familia devastada, que llora su muerte mientras se enfrenta a una factura de hospital impagable.
La esposa de Amaya, Glenda, lo llevó al hospital el 15 de julio. Él no tenía ninguna condición médica previa, pero no podía respirar y no tenía seguro médico.
Esa fue la última vez que Glenda vio a su marido.
“Les lloré, les supliqué que por favor me dejaran entrar, que necesitaba verlo, que yo era su esposa, necesitaba estar en ese momento con él”, dice la mujer de 46 años, también salvadoreña.
Ella se contagió primero, en junio. Las autoridades habían comenzado a reactivar la economía un mes antes y ella se infectó tres semanas después de haber reabierto su pequeña peluquería.
“Y sin darme cuenta contagié a todos en la casa”, dice en su vivienda en Miami Gardens.
La abuela y la niña, Azareth, de 11 años, tuvieron síntomas leves. La madre y el hijo mayor, también llamado Germán, de 16, padecieron fiebres intensas.
Y Germán Amaya falleció el 7 de agosto tras una hospitalización de 24 días, nueve de ellos en coma.
“Fue todo tan rápido”, dice Glenda.
Una temida factura
Cuando toda la familia estaba enferma, Miami se posicionaba como un punto crítico de la pandemia. Hoy día, Florida se acerca a los 10,000 fallecidos. Sólo otros cuatro estados han alcanzado esa cifra: Nueva York, Nueva Jersey, California y Texas.
La familia ahora vive en carne propia uno de los temas más polémicos en el país: la manera cómo funciona la atención sanitaria.
En Estados Unidos, la atención médica está vinculada al empleo. Es la única nación rica donde quedar desempleado –algo que ha ocurrido a millones de personas durante la pandemia– significa también perder el seguro de salud.
Existen opciones, pero son demasiado costosas para una persona desempleada, o bien dependen de una burocracia compleja muy difícil de navegar.
Toda la familia dependía económicamente de Germán Amaya. Ahora, al dolor, se le suma la incertidumbre financiera.
“La familia, mientras llora su muerte, también se enfrenta a una tremenda carga financiera”, dice Wendi Walsh, oficial de Unite Here Local 355, un sindicato que representa a los trabajadores de la industria hotelera.
Los Amaya tienen que pagar “una factura médica gigantesca (…) y también el costo del funeral, y esa es la última preocupación que una familia debería tener cuando está en duelo”.
Y un sistema laberíntico
Los deudos de Amaya dicen que no tienen cómo pagar la hipoteca de la casa y menos la cuenta del hospital, que temen ascenderá a varias decenas de miles de dólares.
Hasta ahora, no han recibido la cuenta, que suele demorar semanas o meses en llegar.
FAIR Health, que analiza los seguros de salud, calcula que los pacientes de COVID-19 sin cobertura médica pueden encontrarse con deudas promedio de 73,000 dólares.
Germán había sido despedido en marzo, junto a cientos de trabajadores del Fontainebleau. Allí trabajó 11 años como organizador de banquetes.
Su familia está enojada porque responsabiliza al hotel por no haber mantenido el seguro de salud de las personas despedidas.
Pero el hotel “no está obligado a proveer beneficios médicos a los trabajadores que despide, como ocurre con prácticamente todos los trabajadores privados”, afirma Josh Herman, vicepresidente de mercadeo del Fontainebleau.
Herman también explica que los trabajadores despedidos tenían la posibilidad de afiliarse a un programa federal llamado COBRA, que les extiende la cobertura a su propio costo.
Sin embargo, la prima mensual de este programa es muy cara para un desempleado, dice a la AFP Eneida Roldán, profesora y presidenta ejecutiva de la Red de Asistencia Médica de la Universidad Internacional de Florida.
Los desempleados podrían optar entonces por al apodado “Obamacare”, el sistema de cobertura accesible creado por el expresidente Barack Obama, subsidiado en parte por el gobierno.
“Pero es un sistema complejo”, concede Roldán, “no todo el mundo lo conoce y no existe educación ni transmisión de información sobre él”.
Para la familia Amaya, ya es tarde. Les queda un sentimiento de rabia y abandono en su momento más difícil.
“Estoy furioso y decepcionado”, dice Germán hijo. “Tuvimos que pelear para llegar adonde estamos y nos tratan como si no mereciéramos lo que tenemos”.