Con extremas medidas de seguridad, ocho cines de Roma volvieron a proyectar películas, con un público ansioso por volver a una de sus pasiones.
Vamos al cine. ¡Vamos! Llegó el día de la apertura de las 4.000 salas italianas cerradas durante casi cuatro meses por el coronavirus. Un gran acontecimiento en la vía de la esperanza hacia la normalidad. Pero pocos reabrieron este lunes la UCI, que se atrevió a presentar películas en ocho de sus catorce salas en el suburbio de Porta Romana. La otra multisala, Mádison, que también debía partir decidió esperar hasta el jueves.
El castigo de la pandemia ha sido cruel con Italia, que registra más de 34 mil muertos. La pestilencia es menos feroz y dicen que el verano ayuda. Muere menos gente y también se contagian menos. Los italianos están alicaídos, desorientados. Recuperar el cine, esa fábrica de sueños inigualable, es un momento importante. Este país sigue yendo al cine: el año pasado se vendieron más de cien millones de entradas.
La cadena UCI, que tiene 40 estructuras en toda Italia, dedicó los tiempos virales de las pantallas oscurecidas por la cuarentena, a ponerse a la vanguardia, hacer de la seguridad un lema, un arma de propaganda.
Las medidas de seguridad han provocado un mar de litigios, porque los gestores de las salas las consideran exageradas. Ninguna sala por grande que sea puede contener más de 200 espectadores. Hasta se había prohibido quitarse el barbijo durante la proyección del film. Imposible comer el popcorn o tomarse un helado. Las familias debían estar separadas.
Los gestores amenazaron no reabrir y en Roma solo las salas de la UCI encendieron este lunes las máquinas de proyección. En otros lugares de Italia hubo más cines reabiertos, aunque el porcentaje general fue bajo. Los vigilantes de la seguridad pública finalmente aflojaron. Sáquense la mascarilla cuando se sientan, pero para llegar o irse hay que tenerla puesta.
Foto: Víctor Sokolowicz
Los que llegaban al principio titubeaban pero estaban contentos. “Siempre fui al cine, a mi no me clavan en casa con la televisión”, dijo la señora Madeleine con mascarilla patriótica que reproduce la bandera italiana. “Divertirse juntos con la máxima seguridad”, exhiben los carteles coloridos”. Un staff armado con guantes, visores, sonríe y controla las distancias. Los horarios de las películas están coordinados para impedir filas apretadas. Las entradas pueden ser compradas desde casa y retiradas con máquinas. Las familias pueden estar juntas, sobre todo en las butacas supermodernas.
Hay puestos de higienización y desinfectación por todos lados. Puede echarse todo lo que quiera para estar impecable y morir de otra cosa si le llega la hora. Se crearon recorridos separados para los que entran y los que salen.
Primero con timidez, después con creciente confianza como se notaba con el aumento de los decibeles del ruido, ver y probar las novedades anti pandemia fue formando parte de las caminatas entre las ocho salas que proyectaban las películas que quedaron congeladas durante la larga cuarentena.
Se podían elegir novedades 2020 como la francesa “Los Miserables” y la vista de San Mendes titulada “1917” y ambientada en la Primera Guerra Mundial. Se podía elegir “The Grudge”, un film del horror inspirada en un terrible antepasado del cine japonés.
El ambiente entre la seguridad y el cine fue levantando el ánimo a todos. Salir de casa sigue siendo una novedad porque la cuarentena fue muy rigurosa y hasta ha cambiado las costumbres. Millones de italianos temen salir de sus casas y afrontar el peligro del contagio, que aunque demuestra haberse debilitado sigue presente, amenazante.
Los que querían divertirse con sobresaltos eligieron “Cena con Delito”, que es del año pasado pero que muchos se perdieron por la larga dieta absoluta de cine que comenzó a fines de febrero mientras se multiplicaban los primeros muertos por el coronavirus.
La presión de los gestores de los cines busca nuevas concesiones de las autoridades porque el verano ha traído aparejado el “boom” de las arenas con pantallas al abierto, cada vez más pobladas.
Se espera que en setiembre la situación estará normalizada, cuando llegue el Festival de Venecia, el más legendario de Italia, que se remonta a los años treinta, cuando la estrella absoluta era el Duce de Italia, el dictador Benito Mussolini, que no se perdía una para mostrarse entre la gente del cine. Fue Mussolini el impulsor de la gran fábrica de sueños italiana de Cinecittà en Roma, que existe hasta hoy y recuerda en sus grandes espacios la magia de los recuerdos de sus grandes personajes, como Federico Fellini, protagonista de toda una época.
La esperanza de que el público italiano vuelva al cine es fuerte entre los 27 mil trabajadores que estuvieron cuatro meses cobrando subsidios normales o insuficientes del extendido sistema social italiano. En esos cuatro meses se perdieron 30 millones de presencias de espectadores.
Esta noche del lunes 15 tuvo su historia particular porque muchos quedaron amarrados a la televisión en una jornada dedicada al homenaje al gran actor Alberto Sordi, muerto de cáncer al pulmón a los 82 años en 2003, de quién se celebró con decenas de películas, documentales y toda clase de homenajes el centenario de su nacimiento. Sordi y Anna Magnani son los ídolos populares del cine en Roma, tanto que a él lo llaman “Alberto nazionale” y todos saben de quién se habla. Ellos dos y su amigo Federico Fellini, forman un trío venerado del cine romano, aunque Fellini era nacido en Rimini y llegó a la capital de adolescente, apenas fue liberada de la ocupación nazifacista.
Aunque el estreno de la noche de reapertura tuvo no tuvo una presencia masiva en las ocho de las catorce salas de la UCI en Porta Romana, se espera que la recuperación del público sea masiva cuando llegue el otoño en setiembre. Los romanos creen que no es casualidad lo de Alberto “nazional”, que en espíritu protegerá la fortaleza del cine en la ciudad más cinematográfica del mundo, junto con Nueva York.
También el teatro arrancó este lunes, con problemas mucho más complejos que la recuperación de los espectadores cinematográficos. Los protagonistas del teatro son seres vivientes, los actores están allí. El castigo de la virulencia puede devastarlos como al público. Por eso las medidas de seguridad son particularmente incisivas.
Los actores no pueden tocarse. Clarín presenció el video mostrado a algunos corresponsales del ensayo de una obra reconvertida a los tiempos del coronavirus. Los actores parecían acróbatas. Estaban obligados a utilizar sus cuerpos al extremo. Mantener las distancias de seguridad es casi imposible en algunas escenas. Costará mucho al genio teatral superar tantas restricciones que demuelen la creatividad y la fidelidad a los textos. Es como si las circunstancias obligaran a dar vida a un nuevo estilo que llevará a cambiar lo contenido clásicos, normales, para dar vida a una nueva realidad fascinante pero también mutiladora.
La aventura del teatro ante un desafío tan gigantesco podrá respirar y suspirar, como los seres comunes, recién cuando las vacunas permitan terminar con la pesadilla de una pandemia que no está vencida.