Los manejos políticos de Vladimir Putin para perpetuarse en el poder fueron previstos por analistas y medios internacionales y aun así tomó a muchos por sorpresa.
En cuestión de días, Rusia tiene un nuevo primer ministro y las personas designadas por el presidente ruso para ayudarlo a gobernar renunciaron luego de que éste anunciara su intención de reformar la constitución.
Los expertos coinciden en que, con sus acciones, Putin les está diciendo a los rusos que cambiará la constitución para perpetuarse en el poder después de que culmine el período presidencial en el 2024. Las reformas a la carta magna rusa le darían la flexibilidad ser designado primer ministro o quizás alguna otra posición de poder creada a su medida.
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Pero otros llaman a la calma. El periodista Igor Serebryany segura que los que temen que Rusia vuelva a emerger como una amenaza mundial deben quedarse tranquilos porque su país literalmente está desapareciendo del mapa.
“Los informes recientes de la agencia de estadísticas federal rusa Rosstat señalan que aunque Vladimir Putin permanezca en el poder por otros 200 años (cosa que él definitivamente haría con gusto), no tendrían personas a quien gobernar para esa época», ironizó Serebryany.
El escritor aseguró que los modelos matemáticos no dan espacio para el error y que si la actual tasa de decrecimiento de la población continúa, los rusos desaparecerán en unas cinco generaciones. El chozno (hijo del tataranieto) de alguno de los rusos de hoy será el «último mohicano».
El problema es que la turbulencia demográfica rusa es un problema que han arrastrado desde hace casi un siglo.
Rosstat pronosticó en el 2019 la población rusa perdió unos 300.000 habitantes, un declive que triplica la cifra de 2018, cuando restó 100.000 personas. El retroceso poblacional del 2017, que rondó los 19.000, fue compensado con las políticas de atraer inmigrantes a territorio ruso.
Putin ha fracasado una y otra vez en poner freno a este problema que afecta la economía y el futuro de la nación. Ningún estado puede funcionar sin una fuerza laboral sólida que genere bienestar y pague impuestos para mantener las necesidades de los niños en formación y de los jubilados.
En 2011, el presidente ruso prometió impulsar la tasa de nacimientos en un 30% para 2015 con la inversión de 37.000 millones de euros financiar las políticas fiscales y subvenciones para las familias con deseos de tener hijos.
Las estadísticas echaron por tierra los intentos burocráticos y la tasa de nacimiento no sólo no se expandió sino que se ha contrajo de una manera dramática.
Al asumir el mando en 2018, en el último período presidencial al que podía aspirar según la constitución actual, Putin colocó nuevamente el impulso del crecimiento de la población rusa como una prioridad de estado.
Pero nunca ha asumido la responsabilidad de su incapacidad ofrecer un estado de bienestar que estimule a sus ciudadanos a tener suficiente confianza en el futuro como para procrear.
Los ecos de la guerra
Putin achaca todo el problema a los ciclos históricos rusos que marcan fluctuaciones importantes en el número de nacimientos de niños vivos y declaró que Rusia «sigue estando perseguida» por el colapso poblacional que vivieron en la década de 1990.
Anatoly Vishnevsky, director del Instituto de Demografía de Rusia, declaró a la prensa rusa que el primer gran declive ocurrió luego de la Segunda Guerra Mundial, debido a la baja tasa de nacimientos debido a las precarias condiciones de vida y a la enorme cantidad de soldados soviéticos fallecidos durante el conflicto, que habrían alcanzado los 34 millones de muertos en combate.