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La «ciudad seca» de EEUU donde no se vende alcohol desde hace más de 100 años

OCEAN CITY, Nueva Jersey.- Ningún restaurante de la costa atlántica de Ocean City ofrece alcohol en su carta. Este balneario de Nueva Jersey no tiene ni un bar: 100 años después del inicio de la «ley seca» en Estados Unidos y a pesar de su abolición en 1933, sigue habiendo «ciudades secas».

«Bebidas alcohólicas prohibidas. Estrictamente aplicado. Multa: 275 dólares». A lo largo del paseo de madera que bordea el mar, los carteles advierten, entre dos publicidades de iglesias, de las consecuencias de tomar alcohol en la playa. O en cualquier otro lugar de la isla.

Fundada a finales del siglo XIX por metodistas que querían convertirla en un lugar de descanso cristiano, Ocean City, con 11,000 habitantes, es lo que en Estados Unidos se llama una «dry town» o «ciudad seca».

En el islote, que acoge a unas 150,000 personas los fines de semana de verano, los restaurantes solo ofrecen bebidas calientes, agua y gaseosas.

La producción y la venta de alcohol están prohibidas en Ocean City desde 1909, bastante antes del inicio de la prohibición, el 17 de enero de 1920, en todo el país.

Un siglo después, no ha cambiado casi nada. Uno puede beber en casa, pero para ello hay que ir a comprar el alcohol a grandes almacenes situados al otro lado de los puentes que llevan a la isla, que a menudo están atascados durante la temporada alta.

Ya sean bebedores o no, los habitantes están bastante orgullosos de la «sobriedad» de su ciudad, autoproclamada «mejor localidad costera familiar de EEUU», frente a sus vecinas menos virtuosas.

Los casinos y bares de Atlantic City, uno de los centros del crimen organizado durante la «ley seca», están a menos de media hora por ruta, y en los días de verano la mayoría de las playas cercanas se llenan de jóvenes.

Eric Plyler, un diseñador gráfico de 26 años que pasó todas sus vacaciones en la isla cuando era niño, creó la marca «Dry Island» para destacar el carácter único de Ocean City en tazas, gorras y remeras, cuyos motivos y lemas se inspiran en la prohibición del alcohol.

«La gente aprecia que la prohibición del alcohol mejore la calidad de vida, pero eso no significa que no les guste beber», cuenta el joven empresario barbudo, amante de la cerveza artesanal, en su tienda de la calle principal. «Es solamente algo que nos da fama».

Cuando un comerciante local juntó en 2012 las firmas necesarias para celebrar un referéndum sobre la posibilidad de que los clientes llevaran sus propias botellas de cerveza o de vino al restaurante, algunos, como Drew Fasy lo vieron como una amenaza para la imagen de la ciudad.

«Cuando uno tiene una marca eficaz, no hay que hacer cualquier cosa con ella. Nadie va a cambiar los arcos dorados de McDonald’s», explica este exagente inmobiliario, que se opone a que Ocean City se asemeje a las demás islas de la costa de Nueva Jersey «construidas en torno al alcohol».

El referéndum de 2012 dividió la ciudad: quienes se oponían al cambio fueron acusados de ser fanáticos religiosos; los demás, de querer llevar la localidad a la depravación.

Chris y Sharon Hoffmann, dueños del restaurante Captain Bob’s, en el sur de la isla, dicen que fueron boicoteados por pedir el cambio. «Fue tenso», recuerdan. «La gente reservaba pero luego no venía. Nos rompieron maceteros, nos pincharon una rueda…».

El “no” se impuso con una amplia mayoría de dos tercios, pero la pareja encontró la forma de aprovechar las zonas grises de las leyes sobre el alcohol «al privatizar» su establecimiento.

Basta con pagar 10 dólares por mesa para entrar en el Foodies Dinner Club y poder así llevar una botella al restaurante como cuando se va a comer a la casa de un amigo.

Esa idea, aprobada por las autoridades locales, está extendiéndose en la isla de la moderación, más famosa por sus pizzerías y establecimientos de comida rápida que por sus restaurantes de alta gama, casi inexistentes en Ocean City, por la imposibilidad de acompañar los platos con bebidas alcohólicas.

«¿Por qué tengo que dejar la isla para disfrutar de una buena comida? La gente está cansada de tener que ir a otra parte», lamentan los dos restauradores, que no piden sin embargo la legalización del alcohol en la ciudad. «Hay que respetar la cultura», afirman.



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