¡Qué sorprendente afirmación: “Mejor es… el día de la muerte”!, cuando por otra parte la Biblia nos habla de vida, de la vida eterna. Pero también nos invita a ver la realidad de frente y, en efecto, el “día de la muerte”, como la “casa del luto”, nos llevan a reflexionar.
Allí tomamos conciencia de la fecha límite e inevitable del día de la muerte, en lugar de aturdirnos en la “casa del banquete”. Cuando un niño nace, ignoramos qué será de su vida. El día de la muerte es el momento del balance, el día de la verdad.
¿Miro mi vida y su final de frente?
Este final puede estar muy cerca. ¿Tendré el tiempo de ir a Jesús? ¿Cuáles han sido mis prioridades hasta aquí? Mi vida, ¿es una huida hacia adelante, envuelta en una actividad desbordante, con alegrías y penas, pero sin la verdadera paz con Dios? Sin embargo, Dios me invita a ir a él por medio de Jesucristo. Él tiene para mí un futuro más allá de la muerte. Después de la muerte viene “el juicio” (Hebreos 9:27); pero ahora Jesús me ofrece gratuitamente la paz con él, porque “el que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18).
El creyente puede estar tranquilo. Cuando la muerte se aproxime, sabrá que está cerca de alcanzar la meta, la presencia del Señor. ¡Y cuán feliz es esta llegada cuando es la conclusión de una vida en la cual se conoció al Salvador y se aprendió a gustar la bondad del Señor!