Seamos conscientes o no, todos necesitamos ser amados, escuchados, tranquilizados, comprendidos. ¡Cuántas personas buscan en vano ese consuelo! En nuestra sociedad, muchos caminos han sido propuestos para hacer creer al hombre que puede alcanzar la felicidad por sí mismo.
Sin embargo, no podemos acceder a ella sin tener en cuenta a Dios, Aquel que creó al hombre, quien puede y quiere colmar perfectamente todas las necesidades físicas, materiales y, sobre todo, espirituales de su criatura.
Debemos tomar conciencia de nuestra incapacidad natural para recibir esos beneficios de Dios. Pero Dios es un Dios de amor y de perdón; quiere perdonar a todos los que se reconocen pecadores. Para ello dio a su Hijo Jesucristo, quien murió por nuestros pecados. Solo Jesucristo puede dar la felicidad, sanar y calmar las almas decepcionadas o heridas. Él mismo dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Todos los que responden a este llamado reciben la paz y la certeza en lo concerniente a:
– su pasado: el perdón de los pecados, la paz con Dios;
– el presente: una vida nueva, conocer a Dios como Padre;
– el futuro: la esperanza segura de estar para siempre con Jesucristo.
“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:11).
“En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15).