“La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:16-21).
¡Pésima elección! ¿Y cuál es la suya?
El error de este hombre no era ser rico, sino haber descuidado la salvación de su alma y haber dado la prioridad a su comodidad y bienestar material, es decir, haber limitado su vida al horizonte terrenal. No pensó en Dios, o mejor dicho, excluyó a Dios de sus pensamientos. ¿Cuál fue la consecuencia? Estar alejado eternamente de ese Dios a quien no quiso oír.
Dios está cerca: vino hasta mí en la persona de Jesús, su Hijo, quien sufrió por mí. Jesús me habló desde el cielo. Y más aún, me abrió el cielo. Por un lado están los bienes materiales, los placeres, las comodidades, y por el otro está la voz de Jesús que me llama y me ofrece el don de la gracia de Dios: la “vida eterna en Cristo Jesús”. Si le respondo y acepto ese don, quizá tenga que abandonar algún beneficio material, e incluso dejar alguna amistad… Pero Dios me ama, y ¡me promete que esto es mucho mejor!