Desde hace algunos años se oye hablar del «evangelio de la prosperidad». Según esta enseñanza, un cristiano no debería ser pobre ni sufrir enfermedades o persecuciones.
Inversamente, ser rico y tener buena salud sería la prueba de la bendición divina y el testimonio de una fe sólida. Este argumento se apoya en textos deformados de la Biblia o sacados de su contexto.
Esta enseñanza es “un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-7). En efecto, el verdadero y único evangelio enseña la necesidad de salvación del hombre mediante el arrepentimiento, y el perdón de pecados logrado por la muerte de Jesucristo el Salvador. Ciertamente, como consecuencia de esta salvación, el hombre obtiene prosperidad, pero esta es ante todo espiritual y no material: el conocimiento de Dios como Padre, su comunión y su esperanza son una fuente de felicidad.
Adherirse a este «evangelio de la prosperidad», ¡sería admitir que el apóstol Pablo no era cristiano! Lea los versículos 24 a 27 de 2 Corintios 11 y verá que Pablo conoció absolutamente todo menos la prosperidad material. Fue golpeado, lapidado, naufragó tres veces, estuvo “en trabajo y fatiga… en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez”. Además, ¿tendrá el cristiano una porción diferente a la de su Señor, quien “se hizo pobre”? (2 Corintios 8:9).Daniel 2:1-23 – 2 Timoteo 4 – Salmo 77:10-20 – Proverbios 18:8