«En el mercado de mi pueblo, en Senegal, encontré a un cristiano inglés que me invitó a su casa y me ofreció un libro. Era una Biblia. Leyéndola aprendí que Dios creó el universo y al hombre, que el hombre pecó al desobedecer a Dios en el huerto de Edén, y que Dios echó al hombre y a su mujer de su presencia. Pero algunos textos de la Biblia concernientes a Jesús, llamado el Hijo de Dios, me turbaban. Mi primera pregunta fue: ¿Cómo puede Dios tener un hijo en esta tierra?
Un día ese creyente me invitó a un estudio bíblico que hacía en su casa. Allí se leyó el comienzo del evangelio según Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1, 14). Esto me habló profundamente y sondeó lo más íntimo de mi corazón. Descubrí que la luz del mundo es Jesús, el Hijo de Dios. Comprendí que debía arrepentirme de mis pecados y dar mi vida a mi Salvador y Señor Jesucristo.
Mi vida cambió y mis padres comenzaron a perseguirme, pero las oraciones del misionero y las mías fortalecieron mi fe en Cristo. Poco a poco sentí la necesidad de acrecentar mi conocimiento del Señor Jesús y de su obra con la lectura de la Biblia. Agradezco al Señor por todo el camino recorrido, y mi anhelo más profundo es que mi esposa y mis hijos se vuelvan a él».