Mire a los ojos a uno de sus seres queridos, o mírese usted mismo en un espejo. ¿Puede escapar a esta convicción profunda de que el hombre no está hecho simplemente de carne y huesos, sino que posee un alma inmaterial?
Jesús hizo una pregunta seria: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8:36-37). También refirió una parábola concerniente a un hombre que había almacenado muchos bienes y se decía a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:16-20).
Estas palabras son muy actuales. Gastamos una energía considerable para asegurar nuestro futuro terrenal y el de nuestros hijos; cuidamos la salud y el bienestar de nuestro cuerpo, e incluso velamos por la protección del planeta. Pero, ¿hemos pensado en nuestra alma? Lo que está en juego no es nuestro futuro terrenal, sino la suerte eterna de nuestra alma: perdida o salvada.
¿Qué hacer para ser salvo? Poner nuestra confianza en Jesús. En la cruz el Señor Jesús adquirió una salvación completa para todo el que cree en él, la cual concierne a todo nuestro ser, cuerpo y alma: el perdón de los pecados y la salvación de nuestra alma, pero también la resurrección futura de nuestro cuerpo. Su promesa es segura: “El que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).